Violencia de género

Víctimas de violencia machista económica: “No me dejaba trabajar y controlaba todos los tíquets”

Se trata de una de las formas de maltrato machista más invisibilizada y se da tanto en hogares humildes como adinerados

Una de las víctimas de la violencia económica de género que ha contado su experiencia en El Periódico de Cataluña.

Una de las víctimas de la violencia económica de género que ha contado su experiencia en El Periódico de Cataluña. / JOSÉ LUIS ROCA

Patricia Martín

Como sucede con todas las formas de maltrato, las víctimas de violencia económica pueden ser de clase humilde o de cierta estatus social. El machismo es un problema estructural transversal, como demuestra el testimonio de estas dos víctimas. Una de ellas apenas tenía para pagar los pañales de sus hijos y, pese a ello, su pareja no la dejaba trabajar. La otra gestionó durante años el gran patrimonio de su marido. Y tras años de “control y violencia”, este la ha dejado “con una mano delante y otra detrás”. Ahora cuentan sus vivencias a El Periódico de Cataluña, del grupo Prensa Ibérica, con el fin de poner el foco sobre una de las violencias machistas más desconocidas, pese a que es la tercera más frecuente: la sufren el 11,5% de las españolas.

"No tenía acceso al dinero, pero, cuando me encerró, decidí huir"

Montserrat Pérez, víctima de violencia de género económica

Montserrat Pérez, víctima de violencia de género económica / REDACCIÓN

Montserrat Pérez García (54 años, Sevilla) es un ejemplo paradigmático de violencia económica tipificada como sabotaje laboral, que tiene lugar cuando el agresor impide trabajar a su pareja, lo que la dificulta su desarrollo profesional e independencia económica. Montserrat empezó la relación sentimental a los 27 años. Enseguida tuvo a sus tres hijos. Su pareja, “un machista de libro”, no le permitía trabajar. “Me tenía que quedar en casa para hacerle la comida y cuidar de los niños. Tenía que ir a por cerveza a cualquier hora, aunque estuviera a punto de dar a luz”, explica.

Como solo trabajaba él y tenía empleos inestables, apenas podían pagar los gastos. “Pero él ejercía un control total, miraba todos los tíquets, para ver en qué gastaba el dinero –explica–. Me tuve que mudar a Sevilla, donde viven mis padres, y ellos nos compraban la comida y los pañales. Pero él los vendía para conseguir dinero para la droga, porque estaba enganchado”, continúa.

"Huí cuando me encerró tres días en casa y me dijo que de allí solo saldría con los pies por delante”

Montserrat estuvo casada con él de 1997 al 2003. Finalmente huyó de aquella relación cuando su pareja la tuvo encerrada tres días en casa y le dijo que solo saldría “con los pies por delante”. Afortunadamente, pudo escapar, lo denunció y rehizo su vida después de pasar por una casa de acogida. Tras la denuncia, cuando su expareja fue condenado a dos años de prisión, se “libró de él”. Sin embargo, todavía tiene muy presentes los siete años de angustia que sufrió, llenos de “amenazas, insultos, golpes y violaciones”. “Me llegó a traer prostitutas y una vez me dio un cabezazo y me abrió la nariz –relata–. Vino la policía, pero en aquella época la violencia de género era más desconocida, no pasó nada porque yo no le denuncié”.

"Con tres niños, sin trabajo y sin casa, ¿dónde iba a ir? Pero, cuando me encerró, decidí que me iba con lo puesto"

También tiene claro que retrasó la separación porque, como muchas otras víctimas, dependía económicamente de su pareja. “Yo pensaba: 'Con tres niños y sin trabajo ni casa, ¿dónde voy a ir?'. Pero cuando me encerró ya me dio igual no tener nada, me marché con lo puesto”, explica.

Montserrat se atreve a contar su historia a cara descubierta porque, afortunadamente, no ha vuelto a saber nada de su expareja y, como voluntaria de la Fundación Ana Bella, que ayuda a otras mujeres maltratadas, es consciente de la importancia de sensibilizar sobre una de las violencias machistas más invisibilizadas.

"Depender económicamente de él era como vivir en tierras movedizas"

Laura (nombre ficticio), víctima de violencia económica de género

Laura (nombre ficticio), víctima de violencia económica de género / / JOSÉ LUIS ROCA

El caso de Laura (nombre ficticio, porque prefiere mantener su anonimato) demuestra que la violencia económica puede darse también entre las clases altas. Laura se casó con su “primer amor” en 2008 y todo fue más o menos bien los primeros años: básicamente hasta que su suegra falleció y su marido heredó una gran fortuna. Laura la conocía bien porque ella misma, durante años, fue quien gestionó sus bienes patrimoniales.

La mujer murió en 2018, su marido heredó el patrimonio y decidió que ella seguiría “como ayudante” pero sin contrato legal: ahí comenzó la violencia económica. “Mi fallo fue confiar en él mi proyecto de vida, porque depender de él era vivir como en tierras movedizas, controlaba todas mis compras, tenía que justificar todos los gastos y, encima, dejaba de pagarme cosas o se retrasaba en los pagos, porque decía que no me los merecía. Calculo que me debe unos 8.000 euros de trabajos extras que me salían de la gestión del patrimonio y no me pagaba”, explica.

"Tenía que justificar todos los gastos y, al trabajar para él, dejaba de recibir pagos y decía que no me los merecía"

Todo ello aderezado con una buena dosis de violencia psicológica (“era un déspota dictatorial”) y episodios puntuales de violencia física: “Pocos pero tremendos”. Laura recuerda cuando en 2009 la intentó estrangular tras una fiesta en la que le reprendió por beber mucho alcohol. “No podía imaginar que por decirle que no bebiera tanto iba a intentar ahogarme”. En otra ocasión, le hizo una llave de artes marciales porque ella le impidió que se tirara por una ventana. “Una vez al año tenía episodios de falta de control y la emprendía conmigo, era como una montaña rusa”, relata.

“No podía imaginar que por decirle que no bebiera tanto iba a intentar ahogarme”

Finalmente, decidió divorciarse y salir de la espiral de control y violencia, pero se ha quedado en una “situación terrible”. “Él es un gran tenedor gracias a los recursos que yo busqué, pero todo el patrimonio se lo ha quedado él y yo estoy ahora con una mano delante y otra detrás, buscándome la vida”.

Laura he recibido formación sobre autonomía financiera de la Fundación Natik Lum, que tiene un programa de ayuda a víctimas de violencia económica. “Gracias a las terapias psicológicas y a las asociaciones de mujeres, ahora soy consciente de que fui víctima de violencia económica –relata–. Durante años, lo ignoré”.

Suscríbete para seguir leyendo