Agricultura

Una sequía casi como la de 1961 en Ibiza y Formentera

La extrema sequía actual tiene un precedente: la que en el año 1961 provocó la pérdida de la cosecha de cereales en las Pitiusas y prácticamente dejó sin alimento al ganado, tal como recuerda el agricultor formenterense Pep Ferrer Marí

Ferrer en el Mercat Pagès de Sant Francesc. | CARMELO CONVALIA

Ferrer en el Mercat Pagès de Sant Francesc. | CARMELO CONVALIA / José Miguel L. Romeroj.m.l.r.

José Miguel L. Romero

José Miguel L. Romero

Ocurrió algo muy parecido a lo vivido este año: desde septiembre, cuando tocaba llover, no cayó una gota. Aquella sequía empezó en otoño de 1960 y prosiguió hasta mediados de 1961, según recuerda el formenterense Pep Ferrer Marí, agricultor de 86 años que asegura que lo más parecido a la actual escasez de agua es lo que pasó hace 63 años. Entonces también se perdió la cosecha de cereales.

Nada comparable a lo que sucede este año, pero sí muy parecido, demasiado. Corría 1961 y Pep Ferrer Marí, Pep de Ca n’Andreu, que por entonces tenía 23 años, vivió una sequía similar a la actual. No llovió durante meses, la cosecha de cereales se perdió, los payeses dejaron que su ganado pastara libremente por el campo porque apenas tenían paja para alimentarlo, la tierra se secó, tuvieron que pedir semillas de xeixa a los menorquines porque la suya se perdió… ¿Les suena?

Un campo de cultivo en Can Bonet. | J.M.L.R.

Pep Ferrer Marí en los alrededores de Sant Francesc, en Formentera. / J.M.L.R.

A sus 86 años, Ferrer conserva una memoria prodigiosa. Sí, aquel año hubo una pertinaz sequía: lo constata la prensa local de entonces y la base de datos histórica de Aemet, que precisamente se inicia aquel 1961: «No ha habido una igual a la actual, salvo la que se vivió aquel año», insiste.

Una finca reseca en el camí vell de Sant Mateu. | VICENT MARÍ

Una finca reseca en el camí vell de Sant Mateu. | VICENT MARÍ / José Miguel L. Romeroj.m.l.r.

Tenía su parcela cerca de Sant Francesc, «hacia Migjorn». Se llamaba Ca n’Andreu Morna, por su padre, 11 hectáreas muy productivas: «Yo me dedicaba totalmente al campo. Tenía muy bien trabajado aquel terreno. Era arenoso. Aguantaba muy bien la humedad». Allí cultivaba «garbanzos, lentejas, judías, trigo para pan [que elaboraba en su propia casa, como era habitual antaño en las casas payesas], cebada y avena para pienso del cerdo», al que luego sacrificaba en una matanza: «Así teníamos sobrasada y xulla todo el año… Así nos defendíamos». Pura supervivencia.

Pep Ferrer Marí en los alrededores de Sant Francesc, en Formentera. | CARMELO CONVALIA

Un campo de cultivo en Can Bonet. / J.M.L.R.

«A partir de septiembre del año 1960», recuerda con exactitud, «llovió muy poco. La sequía se extendió hasta mediados de 1961. Aquel 1960 sembramos tras unas pequeñas tormentas que dieron agua suficiente para sembrar. Lo hicimos todos, pero luego no volvió a caer ni una gota y se perdió la cosecha». La diferencia con el periodo entre 2023 y 2024 es que ahora «ni siquiera ha llovido para sembrar. Quien lo ha hecho ha sumido mucho riesgo. Este año no ha nacido nada de lo sembrado. Nada. Todo está seco, completamente». Muchos sembraron los pasados meses de noviembre y diciembre y perdieron todas sus semillas. Apostaron y lo han perdido todo.

Ferrer plantó trigo en invierno de aquel 1960: «A pesar de la sequía, recolecté algo. No fue una cosecha buena. Me dio para comer pan y para prestar a unos amigos semillas y que pudieran sembrar al año siguiente. Del resto que cultivé, nada». Cada año, y aquel 1961 no fue distinto, reservaba una parte de la cosecha de xeixa: «Era precavido. La guardaba bien, al sol, para que no se perdiera y no tuviera que comprarla al año siguiente para sembrar».

Aun así, cree que la meteorología de aquel periodo no fue tan extrema como la del año en curso: «De 1955 a 1960 llovió bastante. Eso me permitió estar preparado para si, como finalmente ocurrió, surgía algún problema. Los pajares me permitieron afrontar aquel contratiempo. El ganado no sufrió mucho en 1961 gracias a la paja que guardaba». En general, la cosecha de cereales fue «muy mala», tanto que «muchos, casi todos los payeses, soltaron su ganado en el campo para que comiera lo poco que brotaba».

Higos secos, aceitunas saladas

Ser previsor, mantener las precauciones ancestrales de una sociedad que sobrevivía gracias al campo, le permitió salir airoso de aquel trance: «Acostumbrábamos a tener comida reservada. Disponíamos de higos secos, de aceitunas saladas (se salaban mucho en aquel tiempo), de xulla del cerdo colgada de la despensa…». Pero también salió adelante gracias al trabajo duro, como muchos de sus vecinos: «Como el campo dio muy poco, muchos sobrevivieron aquel año gracias a que pudieron ganar un salario en otras actividades, como la extracción de sal en la Salinera, el trabajo en las pedreres, la pesca del calamar… Yo mismo tuve que ir a las salinas. Lo hice entre julio y septiembre, cuando no había nada que hacer en el campo. Saqué un dinerito para pasar el año. También tenía un par de mulos y un carro con el que trasladaba piedras, por ejemplo, o hacía trabajos de labranza para otros». No era la primera vez que sacaba unas pesetas extras al margen de su huerto y ganado, «pero aquel 1961 fue muy necesario porque el campo no dio frutos, apenas se sacó nada de él».

También rememora nítidamente el momento en el que la meteorología volvió por sus fueros: «Un año después todo regresó a la normalidad: llovió, como entre 1955 y 1960, y se pudo volver a sembrar como siempre». Justo ahí, en aquellos registros pluviométricos normales del lustro previo, radica otra de las diferencias entre ambas sequías, a juicio de Pep de ca n’Andreu: «Por eso, porque veníamos de una época de lluvias normales, los árboles no sufrieron la sequía de 1961. Actualmente es distinto: llevamos varios años en los que apenas llueve. Si antes del próximo verano no cae agua abundantemente se morirán todos los árboles. Yo tenía unos almendros de los que cada año sacaba unos cuantos sacos. Ya puedo arrancarlos: están secos, muy secos. Las higueras aguantan algo más, pero se nota que están tristes. Si llueve antes del verano, sobrevivirán. Si no… Si no llueve será muy triste lo que ocurrirá en Formentera. Se morirán los árboles».

Tres de sus ovejas han criado este año un par de corderitos cada una: «Las tengo encerradas en un corral, aparte de las demás, para que puedan comer todo lo necesario. A las otras también les tengo que dar comida para que no se mueran de hambre, pues cuando salen al campo sólo pasean: no encuentran nada para comer». Los efectos de la sequía, que deja la tierra reseca.

Cosechas perdidas y un grave incendio

La hemeroteca y Aemet confirman la sequía que las Pitiüses padecieron hace 63 años

«No cabe duda de que, con el agua caída ahora, los campos han cogido el tempero [sazón y buena disposición en que se halla la tierra para las sementeras y labores, según la RAE] necesario para que los agricultores se puedan dedicar plenamente a las labores de siembra, que tan atrasada se encuentra debido a la pertinaz y prolongada sequía sufrida». Así anunciaba Diario de Ibiza que la tarde anterior, el 8 de diciembre de 1960, había llovido, aunque «no muy intensamente». Debió de ser la época en que Pep Ferrer Marí recuerda que sembró trigo, parte del cual pudo recuperar.

No volvió prácticamente a caer ni una gota. Aquella «pertinaz sequía», como se solía calificar por entonces, se prolongó todo el invierno y parte de la primavera, lo que provocó la pérdida de buena parte de la cosecha de cereales: «Continúa sufriendo nuestro agro la pertinaz sequía que amenaza muy peligrosamente las futuras cosechas, y según qué clase de cultivos ya han sido totalmente afectados por la misma», avisaba Es Diari el 14 de abril de 1961, lo cual coincide con el relato de Ferrer. Y encima hacía calor, mucho para esa época: «Estos últimos días se han sobrepasado los 26 grados al sol». El escenario era, pues, similar al que estamos viviendo los últimos dos años.

Aquello tuvo una desagradable consecuencia no sólo en el mundo agrícola: «Ayer se produjo el mayor incendio registrado hasta ahora en Ibiza», titulaba este periódico el 30 de abril de ese mismo año. Tuvo lugar en sa Cala y se extendió hasta Sant Carles. Ayudó en su extinción hasta el Ejército, tanto las fuerzas del Regimiento de Infantería Teruel 48 como la agrupación de Artillería de Costa de Santa Eulària, lo que da una idea de su magnitud: «Si se levanta el viento el fuego puede revestir caracteres de catástrofe, ya que el bosque allí es muy frondoso y está reseco debido a la prolongada sequía». La pertinaz. Aquel abril no fue lluvioso, sino ventoso, al contrario de lo que dice el refrán.

La base de datos históricos de Aemet colorea de rojo carmesí, el de extrema sequía, la situación en Ibiza en aquel abril de 1961. El rojo es aún más intenso, de sangre, en mayo, pero en junio clarea, consecuencia de las primeras lluvias. En abril de 1962 la sequía ya era historia, según se desprende de esos datos meteorológicos, que avalan los recuerdos de Ferrer.

«Amo la tierra que me alimentó cuando no había comida»

Pep Ferrer Marí, como todos los agricultores pitiusos, sabe lo que es la sostenibilidad, más que nada porque le va la vida en ello. Comparte con otros 13 socios un pozo: «No podemos abusar para que el agua no se salinice», comenta. El pozo, con el que riega su huerto, sigue activo, pese a la sequía, gracias a que los 14 son conscientes del peligro que puede suponer una extracción excesiva. Sigue labrando, «en activo», con su tractor y con su azada: «Amo mi tierra porque me alimentó cuando había muy poca comida. Mientras viva, me gustaría tenerla trabajada. Ya les he pedido a mis hijas que sigan con ella. Me gusta, me entretengo con mi terreno, me da alegría. Siembro patatas y cebollas, tengo árboles que me dan frutos y una viña para hacer vino». Qué más se puede pedir.

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