Zola y el caso Dreyfus

Retrata como ningún otro escritor los bajos fondos parisinos, sus burdeles, tabernas y la vida de las prostitutas, los alcohólicos y los asesinos

‘El ultraje de Zola’, tela al  óleo de Henry de Groux,  1898.

‘El ultraje de Zola’, tela al óleo de Henry de Groux, 1898. / di

Al hablar de Émile Zola (París, 1840-1902), novelista, periodista y dramaturgo francés, posiblemente el mayor representante del naturalismo literario, no podemos ignorar su intervención en el caso Dreyfus, oficial del Estado Mayor francés, de origen judío, culpado falsamente de espía y traidor en un escandaloso proceso judicial que creó alarma en Francia y en media Europa a partir del furioso alegato ‘J’accuse’, que Zola lanzó en favor del inculpado en carta abierta al Presidente de la República, y que en edición de trescientos mil ejemplares publicó el diario l’Aurore (13/01/1898). Es posible que el lector haya visto la película que sobre aquel suceso filmó Roman Polanski, Gran Premio del Jurado 2019 en el Festival de Cine de Venecia. La película se proyectó en nuestro país con el título ‘El oficial y el espía’ y, si no recuerdo mal, la tuvimos el 2020 en las carteleras ibicencas. 

Siendo un magnífico escritor, comprometido en su escritura y que en su momento tuvo una significativa relevancia no sólo literaria, también sociocultural y política, uno se pregunta a qué se debe que sea hoy un autor prácticamente olvidado, al punto que de sus casi cien títulos, a duras penas recordamos las 3 o 4 novelas de nuestros manuales escolares, ‘Teresa Ranquin’, ‘Naná’, ‘Germinal’ y ‘El vientre de París’. Sucede que a Zola le hace sombra otro gigante de la literatura, Víctor Hugo. Y es asimismo cierto que hoy su escritura puede resultar aleccionadora y moralizante, algo que pierde importancia si hacemos una lectura contextualizada de su obra y no olvidamos que en él influyen el determinismo, el positivismo de Compte, el evolucionismo darwiniano, el materialismo histórico de Marx y la genética mendelinana. Con estas salvedades, Zola es un escritor de incuestionable interés que, al margen de lo bello y de lo feo, del bien y del mal, busca la verdad. Por irreductible y honesto, Zola paga un alto precio: dos veces se le deniega el Nobel por razones políticas, se rechaza su ingreso en la Academia Francesa y la Santa Sede incluye toda su obra en el ‘Índice de Libros Prohibidos’. 

Es también cierto que Zola no hace concesiones y que el lector puede verse afectado por la crudeza de sus relatos. Si Víctor Hugo es el autor de las clases burguesas, Zola lo es de las clases desfavorecidas que no pueden escapar de su miseria. Retrata como ningún otro escritor los bajos fondos parisinos, sus burdeles, tabernas y la vida de las prostitutas, los alcohólicos y los asesinos, ambientes sórdidos y deprimidos con héroes silenciados y de baja estofa que, sin embargo, nos presenta con una cualidad moral y una humanidad que los hace grandes. Ya en su tiempo se le acusó de obscenidad y exageración por sus altas dosis de violencia y dramatismo, pero lo que Zola hace es separarse del exaltado espíritu romántico del periodo anterior; y plantear una cuestión controvertida pero de especial interés, el papel de la ética, la crítica y la denuncia en la escritura, la responsabilidad social del escritor. Zola afirma que el Arte en todas sus formas, -novela, teatro, poesía, ensayo, pintura, escultura, etc-, además de emocionar y entretener, debe ayudar a conocer la realidad y a mejorarla. Estoy con él. ¿Qué sentido tienen, en otro caso, los ‘caprichos’ de Goya y el ‘Guernica’ de Picasso, las novelas y ensayos de Camus o los versos de León Felipe, Blas de Otero, José Hierro, Miguel Hernández o Neruda? Quien no haya leído a Zola, que se asome a las maravillosas páginas de ‘Naná’ y de ‘La taberna’. No tardará en descubrir un trasfondo dickensiano y hamletiano.

No me resisto a recoger, para quien no conozca el caso Dreyfus, la denuncia que hace Zola y que publica en la prensa en defensa del militar francés, de origen judío, culpado falsamente de espía. He aquí lo que recogió en su primera página el rotativo ‘l’Aurore’: “Yo acuso al teniente coronel Paty de Clam, laborante del error judicial, por sus maquinaciones descabelladas y culpables. Acuso al general Mercier, cómplice de una de las mayores iniquidades del siglo. Acuso al general Billot de tener en sus manos pruebas de la inocencia de Dreyfus y no utilizarlas, haciéndose culpable de un crimen de lesa humanidad y justicia con fin político y para salvar al comprometido Estado Mayor. Acuso al general Boisdeffre y al general Gonse, cómplices del mismo crimen, uno por fanatismo radical, el otro por espíritu de cuerpo que hace de las oficinas de Guerra un arca santa inatacable. Acuso al general Pellieux y al comandante Ravary por su información infame y monstruosa. Acuso a los tres calígrafos, señores Belhomme, Varinard y Couard, por sus informes fraudulentos. Acuso a las oficinas de Guerra por hacer en L’Éclair y en L’Echo de París una campaña abominable, extraviando a la opinión pública. Y acuso al primer Consejo de Guerra por condenar al acusado fundándose en un documento secreto; y al segundo Consejo de Guerra por encubrir la ilegalidad, cometiendo un crimen jurídico y absolviendo, conscientes, al verdadero culpable, Ferdinand Esterhazy. Sé que con estas acusaciones arrojo sobre mí los artículos 30 y 31 de la Ley de Prensa de 29 de julio de 1881 sobre delitos de difamación. Me pongo a disposición de los Tribunales y espero que se atrevan a juzgarme públicamente”. Zola no se muerde la lengua y la respuesta del Gobierno no se hace esperar. Zola es condenado a un año de cárcel, le embargan sus bienes y se le impone una multa de 75.000 francos que, dada su precaria situación económica, paga su amigo y escritor Octave Mirbeau. Zola tiene que exiliarse en Londres, donde vive con la máxima discreción y, no mucho después, muere asfixiado, presumiblemente asesinado por alguien que tapa la chimenea de su estufa. A su entierro acude un inmenso gentío que acompaña su féretro hasta el cementerio de Montmartre. Hoy descansa en el Panthéon de París. (Por increíble que parezca, todavía hoy, sin revisarse el proceso, Alfred Dreyfus, sigue siendo culpable).