Fira de la Sal

Sant Josep negocia con Salinera instalar el Museo de la Sal en la casa de Sant Francesc

El Ayuntamiento de Sant Josep confía en que la empresa «ceda» la vivienda ubicada junto a la iglesia y el Centro de Interpretación de ses Salines para ubicar allí, tras firmar un convenio de colaboración, el museo

El 'fogueró', encendido.

El 'fogueró', encendido. / Vicent Marí

José Miguel L. Romero

José Miguel L. Romero

Octubre de 2019. Hace justo tres años y con motivo de la Fira de la Sal, el entonces alcalde de Sant Josep, Josep Marí Ribas, confesó que uno de sus «sueños» era crear un Museo de la Sal. El problema, avisó, era que la lenta burocracia, que lo eterniza todo en esta isla, suponía un gran obstáculo para que se convirtiera en realidad. Ni disponía todavía de proyecto museístico ni siquiera tenía claro dónde se ubicaría... o quizás sí, pero no quiso concretarlo. No obstante dio alguna pista: «En alguna propiedad de Salinera Española», a poder ser cerca de los estanques para que estuviera cerca de donde se desarrolla la actividad extractiva.

Y la cosa sigue más o menos igual, si bien el actual alcalde, Ángel Luis Guerrero, concretó ayer, poco antes del encendido del fogueró de la Fira de la Sal, que su «intención es que el museo se ubique en Sant Francesc», concretamente en el inmueble anexo a la iglesia y al Centro de Interpretación de ses Salines. Esa vivienda, propiedad de Salinera, ya ha sido deshabitada, de manera que podría albergar el espacio donde se explique una industria que, en el caso pitiuso, tiene 2.500 años de antigüedad.

Pero la «cesión» de esa casa, sobre la que el Consistorio tiene «conversaciones serias» con Salinera, no va a ser fácil, admite el primer edil de Sant Josep. Según Guerrero, Salinera ha consultado a la dirección general de Costas si el inmueble está situado dentro de la Zona Marítimo Terrestre y si, por tanto, se trata de una concesión. Si fuera así, es posible que sea preciso su permiso para poder convertir la vivienda en un museo, aunque también cabe la posibilidad de que revierta esa concesión.

Guerrero confía en poder firmar un «convenio de colaboración» con Salinera para la gestión del museo. Sería un modelo de «gestión público-privada», es decir, mixto

Si no hubiera inconvenientes por parte de Costas (que no suele darse mucha prisa para tomar decisiones), Guerrero confía en poder firmar un «convenio de colaboración» con Salinera para la gestión del museo. Sería un modelo de «gestión público-privada», es decir, mixto. Sant Francesc se convertiría así en un importante polo de atracción turística al albergar ese museo, el Centro de Interpretación de ses Salines y la recoleta iglesia. El alcalde recuerda que Salinera «está obligada por el plan de gestión de la explotación» de los estanques a crear ese espacio museístico.

El acto principal de la Fira de la Sal fue el encendido del fogueró, esa columna de humo con la que antaño se llamaba a los saliners al trabajo. El presidente del Consell, Vicent Marí, y el alcalde de Sant Josep la prendieron con sendas antorchas, no sin antes recordar al desaparecido José Escandell, Pep Carabassó, que habitualmente se encargaba de contar a los asistentes a este encuentro anual cómo era el trabajo de los salineros. Carabassó, fallecido pocos días antes de la pasada edición, comenzó a trabajar en los estanques salineros cuando tenía 13 años. Era el aguador que atendía a los jornaleros, regateadores (que construían regatas, canalizaciones por las que escurría el agua de los montones) y cavadores, pero no a los que hacían la faena a destajo, que se las apañaban solos. Con15 años empezó a cavar regatas, y con 16, a picar la vía del tren. Se fue a los 18 en busca de trabajos menos penosos.

De aquel brutal trabajo (no puede ser calificado de otra manera) había ayer una reliquia en uno de los puestos instalados a las puertas de uno de los estanques: un capell de treient de palma trenzada que data de principios del siglo XX. Fue cedido al Parque Natural de ses Salines por María Cardona Torres, de Can Massauet, el pasado 15 de septiembre y pronto formará parte de su Centro de Interpretación, reabierto el pasado mes de agosto. Lo llevaba el abuelo de Cardona para trabajar en las salinas y es, según explica la informadora ambiental Helena Ribas, especial: es un capell de mujer de Formentera, que los llevaban en esa isla para labrar. ¿Por qué optaban los hombres saliners por ese tipo de sombrero? Porque tenía el ala más ancha, que podían doblar y crear así una especie de desagüe por donde caía el agua que escurría desde la senalla, un cesto que normalmente pesaba, una vez cargado de sal, unos 50 kilos y que se colocaba sobre la cabeza.

Había ayer una reliquia: un 'capell de treient' que data de principios del siglo XX. Fue cedido al Parque Natural de ses Salines por María Cardona Torres, de Can Massauet, el pasado 15 de septiembre y pronto formará parte de su Centro de Interpretación

Esos capells, igual que los normales que empleaban el resto de saliners, eran forrados con telas de algodón a la que aplicaban resina de pino para impermeabilizarlos al máximo. El propósito era «que el salitre no les quemara la piel». «O los ojos», añade el historiador Antoni Ferrer Abárzuza, que ofreció una charla sobre la historia de las salinas en Ibiza. Muy resumida, claro, porque 2.500 años dan para mucho. Con la Punta de s’Estanyol a sus espaldas, Ferrer contó que en tiempos de los romanos aquel paraje no era, ni mucho menos, como ahora: la mayor parte estaba ocupado por zonas pantanosas, y el resto eran estanques salineros. Es en el periodo islámico cuando «se empieza a documentar» la labor que allí se hace. Se sabe que poco después de la conquista cristiana, a finales del siglo XIII, se extraían unas 15.000 toneladas, lejos de las 35.000 que se producen actualmente, según Ferrer.

En otro de los puestos informativos, Nuria Valverde, técnica del Parque Natural, explicó cómo los salineros consiguen que el agua del mar, que contiene 36 gramos de sal por litro, acabe cristalizando en un caldo que posee hasta 350 gramos de sal por litro, diez veces más. Se logra gracias a un proceso en el que se decanta ese líquido a través de estanques ubicados escalonadamente. En el primero, el escalfador, el agua es aún verde y llega a los 85 gramos por litro. Es allí donde se halla la mayor parte de la fauna que reside temporal o permanentemente en el parque, un paraíso para multitud de aves. Algunas, como los flamencos, sienten predilección por las artemias, crustáceos diminutos que, vivitos y coleando en un frasco, pudieron apreciar de cerca los asistentes.

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