La psicóloga y educadora social Maribel Martínez dice que hay que evitar promocionar el uso de pantallas entre los niños. «Hay padres que dan un móvil o una tablet a su hijo de un año, dos o tres para que esté entretenido y ahí empieza el problema», sostiene y aboga por recurrir a formas de diversión «mucho más saludables». Resalta que las pantallas son elementos «muy adictivos», aborda las consecuencias físicas, emocionales y sociales que pueden tener y subraya que las familias no son conscientes del peligro que pueden suponer.

¿Actualmente es inevitable que los niños entren en contacto con pantallas?

Sí. En nuestra cultura, en el contexto en el que vivimos, sí. De hecho, por pantallas entendemos la televisión, la tablet, el móvil, el ordenador o las consolas, y nosotros ya somos una generación que hemos vivido con pantallas, aunque más limitadas. Las pantallas han venido para quedarse, no se van a ir, y tenemos que adecuar la educación a los tiempos.

Como comenta, hay pantallas de todo tipo, pero no todas tienen la misma consideración, las hay con mejor y peor fama...

Yo creo que unas son más adictivas que otras; unas tienen más peligro que otras. La televisión en comparación con cualquier cosa con conexión a internet donde se abre una ventana infinita podemos considerarla menos peligrosa, más controlable y fácilmente gestionable. Pero claro, no podemos educar a nuestros hijos como nos educaron a nosotros porque ese mundo no existe, estamos en otro contexto absolutamente diferente.

En su opinión, ¿hasta qué edad son contraproducentes y a partir de qué edad son recomendables las pantallas?

Hay padres que dan un móvil o una tablet a su hijo de un año, de dos años o de tres para que esté entretenido. Ahí empieza el problema porque de alguna manera lo estamos promocionando y no debería ser así. Nosotros tenemos que saber que, por ejemplo, para su visión no es adecuado. Los niños deben aprender a divertirse de forma más saludable, con juguetes.

¿Y a partir de ahí?

A partir de los cinco o seis años podemos empezar a entrar en contacto con pantallas, siempre de forma progresiva. Un niño de cinco o seis años no debería ver la televisión más allá de una hora al día, es contraproducente. A partir de los 12 años es una edad a la que considero que los niños podrían tener móvil, pero es revisable, es un criterio teniendo en cuenta la presión social. Pero hay cantidad de niños con ocho años que ya tienen teléfonos móviles, y esto es un peligro.

Hace referencia a la presión social. Muchas veces los padres se dejan llevar por ella en vez de seguir sus propios criterios.

Exacto. La presión de que todos los niños tienen móvil, de que todos tienen consola o de que todos tienen ordenador en la habitación con conexión a internet, no debería de ser un criterio a seguir. Igual que si nos dicen que todos los niños comen bollería para merendar y nosotros debemos tener nuestro criterio, pensar que no es saludable y decidir que esa no será la merienda para nuestros hijos. Parece que a nivel de alimentación o salud lo tenemos claro, pero no consideramos que las pantallas también son parte de su salud mental, social y física.

En el título de su conferencia habla de ocio o adicción. ¿Dónde está la línea que los separa?

El ocio son las actividades que realizamos en nuestro tiempo libre, donde las pantallas pueden estar de forma mesurada y saludable. Hay juegos interactivos, programas educativos, dibujos, series, películas, muchas cosas interesantes. ¿Cuándo comienza la adicción? Cuando la afición es incontenible. La línea roja sería esa: que la persona ya no puede decidir si quiere o no, sino que tiene que conectarse y mirar el móvil, la pantalla. Entonces ya no hay alternativas saludables, sólo existe ésa como única posibilidad.

¿Esto está sucediendo actualmente? ¿Hay niños y adolescentes adictos a las pantallas?

Sí y, además, a edades muy tempranas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) -que ya está catalogando un trastorno por videojuegos que se caracteriza por esa adicción persistente y repetida a los juegos tanto online como fuera de línea- estima que entre un 2% y un 3% de las personas que juegan a videojuegos tienen un comportamiento abusivo y adictivo. Eso está pasando y que va a ir a más si no se pone remedio.

¿Cuál es la causa de esta adicción? ¿Está relacionada con una falta de límites en la familia?

Eso ya sería la forma en que podríamos solucionar el problema. Las pantallas son, por definición, algo muy adictivo. El móvil, Whatsapp, se convierten en un refuerzo positivo para los chavales: tener un like o un whatsapp es sinónimo de ser popular, de que te hacen caso, de que existes, y parece que la autoestima sube de esa manera. Entonces hay una compulsión, casi adictiva, de mirar si hay un mensaje, un like, y cada vez que eso sucede se produce una pequeña alegría, entre comillas, que la persona interpreta como algo positivo y que crea esa adicción irrefrenable a estar mirando continuamente.

¿En esta conducta pueden influir también el ejemplo que dan padres y madres, que quizás no es demasiado bueno?

Claro. Los padres están preocupados por el comportamiento de sus hijos ante las pantallas y no siempre son críticos con su propio comportamiento y su gestión de las pantallas. Por ejemplo, podemos decirle al hijo que no coja el móvil a la hora de cenar, pero hay padres que dicen que ellos sí porque es una cuestión de trabajo. Ése es el peor ejemplo del mundo y no es el único. A la hora de educar, no sólo con las pantallas sino en general, la coherencia debería de ser una fórmula habitual.

¿Qué signos deben encender las alertas de las familias respecto a un posible uso abusivo de las pantallas por parte de sus hijos?

La cantidad de horas es un dato objetivo. A nivel social, dependiendo de la edad del chaval, si su mundo se va cerrando, si su zona de relación, se cierra a las pantallas, es que hay algún problema. Y también si el rendimiento académico baja. Todo esto son señales de alerta que hay que tener en cuenta.

¿Qué ocurre si no se pone freno a esa adicción?

Hay consecuencias físicas: dormir pocas horas porque están con el ordenador, la tablet o el móvil; limita el desarrollo cerebral respecto a su imaginación, a su creatividad; son una exposición a radiaciones; son chavales que tienden a ser más sedentarios y eso conlleva muchas veces obesidad; niveles bajos de concentración, problemas visuales, posturales, de espalda, cervicales. Eso sería a nivel físico.

¿Y a otros niveles?

A nivel emocional pueden tener bajo control de impulsos; sus emociones están muy estimuladas; tienen baja tolerancia a la frustración; son más irascibles, hay más riesgo de padecer incluso depresión o ansiedad. Y a nivel social también hay consecuencias, pues limita las relaciones sociales, y menos horas de estar con amigos son menos habilidades sociales, lo que, a la larga, también es negativo para la persona.

En el tema de las relaciones sociales resulta llamativo ese aislamiento cuando uno de los motivos para pedir el teléfono suele ser tener más contacto con sus amigos...

Es que las pantallas no son malas en sí mismas, es el uso que hacemos de ellas. Pueden ser una muy buena herramienta, pero si no se utilizan bien se convierten en todo lo contrario. Las pantallas conectadas a Internet pueden tener contenidos no adecuados a la edad del chaval, desde violencia a pornografía, cosas que no pueden digerir y que pueden suponer una distorsión de la realidad. Acceden a una información que no siempre es veraz, por no hablar del ciberacoso. Todo esto tiene que estar muy bien pautado por los padres y con mucha información.

Al principio decía que los padres y madres no han crecido en un mundo con tantas pantallas. ¿Son entonces conscientes de los peligros que comportan?

No. Falta mucha información y no somos conscientes, a veces, de los peligros que pueden tener y de cómo hacerlo bien. Hay padres que tienden a ser demasiado permisivos, a veces por esa falta de información. Y otros que son lo contrario, a los que esa información les da miedo y que son demasiado restrictivos, controladores, que prohíben. Y ninguna de las dos opciones es buena; finalmente hay que dar pautas, hay que acompañar y hay que ayudar a los chavales a gestionar la realidad con la que ellos viven.

¿Y cuáles son esas pautas que daría a las familias para evitar que las pantallas se conviertan en un problema?

En la conferencia daré como 12 pautas muy claras. Hablo de conceptos básicos sobre la educación como que los padres se pongan de acuerdo. Esto puede ser una obviedad, pero los padres siempre deben ser un equipo en la educación de los hijos; no siempre lo son y ahí ya empezamos con problemas. Tienen que establecer límites que entre ellos acuerden, porque si uno piensa de una forma y otro de otra y los chavales lo saben, ellos se cuelan por en medio y salen perdiendo.

¿Qué más?

Hay que evitar promocionar las pantallas. Hay muchos padres que dan un móvil a un niño de tres años para que esté entretenido y no moleste, pero debe tener en cuenta que hay otras opciones más saludables. Y a otros niveles, también; con chavales más grandes hay que ofrecer otras alternativas saludables como juegos, quedar, invitar amigos a casa, que los padres tengan tiempo de calidad con sus hijos... Otra pauta es estar al día.

¿A qué se refiere?

Los padres necesitamos estar al día de las últimas novedades, de las aplicaciones, de los programas... Hay padres que no saben que para usar Whatsapp hay que tener una edad mínima de trece años, y hay chavales que con ocho ya tienen. O para Facebook o Instagram. Estas edades no son aleatorias y están ahí por algo. Pensemos que nuestros hijos pueden ser víctimas de acoso. Son peligros que tenemos que tenerlos claros.

¿Y en cuanto al control?

Tenemos que poder usar control parental. Se puede administrar la gestión de los móviles, desde rastrear la ubicación a otra serie de informaciones. Pero por mucho que podamos acceder a sus aplicaciones, sus programas o a sus contactos o leer sus mensajes, la tecnología lo único que da es información, no educa. Por tanto, no pensemos que por tener un control parental exhaustivo y ver el móvil de nuestros hijos está todo solucionado, en absoluto.

Hay que educarles.

Tenemos que darles valores, que es otra de las pautas, porque la solución no pasa por el control sino por la educación. El control excesivo agudiza la capacidad de engaño de los chavales y lo que hacemos es que ellos se conviertan en especialistas en no dejar huellas del delito y nosotros en policías. Y esto no es lo que queremos a nivel educativo. Tenemos que darles valores, hacer que tengan sentido crítico y que sepan buscar información, no creer todo lo que hay en internet. Que diferencien un amigo real de un seguidor; que no se valoren por los amigos virtuales o los likes; que sean responsables de cada palabra que publican y sean conscientes de la imagen pública que proyectan. Ésos son valores que debemos dar los padres. Tenemos que ser guías, educadores, cómplices, no policías. Ese es el mejor control parental.

Y...

Y acompañar para educar, finalmente. Esto significa sentarnos a ver vídeos, películas o series con ellos y hablar de lo que sale. Ver sus youtubers o las cosas que les interesa y no aleccionarlos sino educar con preguntas: '¿Te parece bien esto que hace? ¿Tú lo harías? Este personaje igual podría decir otra cosa'. Ese tipo de diálogos pueden ser muy educativos y muy útiles, pues además no es algo directo del chaval sino que le pasa a otro, con lo que podemos hablar mucho más abiertamente. Y también tenemos que observar cómo y cuándo utilizan las pantallas o los móviles, si lo hacen a escondidas, si usan dos o tres pantallas a la vez, para poner un poco de mesura. Y en el tema de los móviles yo hablo de hacer un contrato; tal y como se les da un móvil en la mano hay que darles unas instrucciones de uso.

Y cuando las pantallas ya son un problema, ¿qué se puede hacer?

Si se ha convertido en un problema hay que tratarlo como tal. Como cualquier otra adicción se trataría, primero, de reconocer que hay un problema, cosa que a veces ni los padres admiten, y mucho menos el chaval. Y, por lo tanto, los casos que nos llegan a terapia muchas veces ya son muy graves y es algo obvio, por la cantidad de horas que está, por el uso que hace. Pero como cualquier otra adicción, se puede tratar, seguir y resolver.