El incendio forestal es una de las catástrofes ambientales más temidas en Ibiza, si bien es también una de las más reversibles, pues el bosque pitiuso no precisa de actuaciones humanas para recuperarse, como norma general. Ahora bien, existen situaciones en las que sí es precisa una intervención directa para evitar que las masas forestales tarden excesivo tiempo (cerca de un siglo, a veces) para que vuelvan a ser como antes, y hay casos en que ya no se recuperarán nunca. Todas estas situaciones pueden encontrarse en las Pitiusas.

¿Qué sucederá con los terrenos devastados por los incendios de 2010 de Benirràs o de 2011 de Morna, que arrasaron 400 y 1.530 hectáreas, respectivamente? La respuesta que ofrecen los expertos es que «depende» de la clase de suelo, de cuánta masa vegetal se ha quemado y de cómo se ha quemado. «No es lo mismo un incendio, como el de Benirràs, donde el fuego lo arrasó todo completamente, que otro, como el de Morna, que fue un incendio de copas y, además, quedaron islas de pinos entre el bosque destruido», explic el técnico de la conselleria de Medio Ambiente del Consell Jaume Estarellas.

En los casos más graves, como el de Benirràs, se aprecia cómo, a los pocos años, surge un nuevo bosque de pequeños árboles que tapiza todo el terreno «como si fuera un césped de pinos», afirma. De hecho, esto es lo que se puede ver actualmente en esta zona, diez años después del siniestro. Sin embargo, se trata de un bosque que nace con problemas: los árboles nacen demasiado próximos entre sí, son débiles y raquíticos, y crean un terreno en el que ni siquiera es posible caminar de tan espesos que surgen. ¿Cuál es el futuro de un bosque así, aparentemente destinado a convertirse en una masa amorfa de pseudopinos enclenques?

«Competencia por la luz y el suelo»

El ingeniero forestal e ingeniero agrónomo Jacinto Valderrama advierte de que en casos así «nacerá un bosque mal formado». «Al tener tanta densidad de árboles (puede llegar a haber 5.000 pies por hectárea), los ejemplares salen debilitados por la competencia que mantienen entre ellos por el suelo y por la luz del sol», explica este experto que trabaja en Ibiza.

Este tipo de bosques, añade, son campo abonado para plagas y para nuevos incendios: «Se convierten en un verdadero polvorín, que además es inaccesible para las labores de extinción».

Para la regeneración de un bosque calcinado como el de Benirràs, «lo que recomienda cualquier manual de gestión forestal es realizar clareos entre la masa vegetal que nace, conforme vaya creciendo». Es decir, se trata de una actuación que consiste en eliminar áreas concretas de ese incipiente bosque para favorecer que los árboles que queden tengan más espacio y recursos para crecer con mayor vigor y rapidez.

«Lo ideal es que, al tercer año después del incendio, se empiecen a hacer clareos para que los árboles vayan engordando y luego, cada cinco o siete años, ir retirando más», añade Valderrama, quien advierte de que «tampoco hay que clarear tanto que perjudique a los árboles, porque si no, no crecerán en altura al no tener que competir por la luz». «Se trata, con este método, de simular lo que hace la Naturaleza», añade.

Esta práctica, sin embargo, no se lleva a cabo en Ibiza, admite este ingeniero forestal. Solo en algún caso de Santa Eulària se han realizado estos clareos, mediante la realización de franjas de un metro de ancho que quedan totalmente despejadas de vegetación. Al año siguiente, se hacen otra vez franjas iguales, pero en perpendicular a las anteriores, dibujando una especie de cuadrícula. Son franjas espaciadas cada cinco o siete metros, que «ofrecen un aspecto antropizado, lógicamente, pero que en poco años permiten mejorar mucho el aspecto del bosque», explica este ingeniero. De este modo, «en 22 o 23 años se puede tener ya un bosque en condiciones», agrega.

Sin embargo, el biólogo del Consell, Jaume Estarellas, introduce matices en la necesidad de regenerar de este modo los bosques que han sido destruidos por un incendio. Recuerda que el pino, para empezar, «es una especie pirófila, es decir, adaptada al fuego, y por ello puede desplegar una serie de estrategias que le otorgan ventaja sobre otras especies» para recuperarse después de un incendio. Además, «donde hay pinos, hay incendios, aunque sea por causas naturales, y en Ibiza ha habido incendios siempre, aunque quizá no con la frecuencia actual».

Actuar acorta el plazo de recuperación

La regeneración es más fácil en aquellos incendios, como los de Morna, donde han quedado ejemplares adultos intercalados entre la masa destruida, que favorecen la recuperación del suelo. En el caso de masas forestales completamente arrasadas, la estrategia requiere más tiempo. Estarellas admite que en ese caso el bosque, tal y como era antes (con ejemplares de gran porte, bien desarrollados y con sotobosque) tarda mucho más en quedar así estructurado: alrededor de 60 años. Incluso en ese tapiz de arbolitos raquíticos que recubre el suelo al poco de terminar el incendio se producen cosas. «Algunos pinos mueren por selección natural y otros crecen con mayor fuerza», explica. De este modo, muy lentamente, el bosque acabará estructurándose como era antes del fuego, pero, eso sí, al precio de esperar muchos años. «Si actúas antes, acortas ese plazo», señala el biólogo ibicenco, que admite que, en caso de intervenir para clarear esa incipiente masa forestal, 'solo' se necesitarían unos 40 años para recuperar el aspecto original. La única diferencia entre actuar o no sería el tiempo de recuperación. «Pensemos que en los años 40 y 50 todos los montes estaban pelados para el comercio del carbón y volvió a recuperarse el bosque», recuerda Estarellas.

«Cada caso es diferente», opina. De hecho, aconseja no actuar de manera uniforme en este asunto, porque «no todos los incendios ni todos los bosques son iguales; nunca hay un único patrón».

Sin embargo, hay casos en que la regeneración mediante intervención humana es imprescindible, según coinciden los expertos: aquellos en que la cubierta de tierra ha desaparecido del suelo y solo queda la roca madre, sobre la cual no puede crecer el pinar. Existen casos así en Ibiza, como por ejemplo los montes de detrás del barrio de Cas Mut, que en 1994 quedaron arrasados por un incendio que destruyó totalmente la vegetación el agunas áreas sobre las cuales llovió de manera torrencial a los pocos días, dejando así desnuda la roca madre.

«Hace treinta años que allí no ha crecido ningún pino. No digo que no vuelvan a crecer, pero es posible que no vuelva a haber bosque hasta dentro de miles de años», añade.

Fajinas contra la erosión

Por eso, los técnicos del Consell y también del Govern (que es la Administración que tiene competencias en la materia) consideran muy necesario implantar, después de un incendio, las fajinas de troncos en las laderas afectadas para evitar la erosión. Es la medida que se tomó en zonas concretas de Benirràs y Morna, aquellas en las que se apreció un mayor riesgo de desertización.

Se trata, básicamente, de la colocación de troncos en el suelo, formando largas filas a modo de barrera natural para evitar que la tierra y las piedras caigan cuesta abajo, desnudando así la superficie de la montaña. Los resultados obtenidos mediante esta técnica son satisfactorios, según demuestra la evidencia, puesto que en estos sitios el bosque renace (bien es cierto que de forma excesivamente espesa por falta de clareos) sin pérdida alguna de superficie.

Los técnicos recuerdan que la lucha por la regeneración forestal es siempre a largo plazo y que, en todo caso, la mejor forma de recuperar un bosque es prevenir su destrucción.

El bienio negro de los bosques pitiusos

El incendio iniciado en Morna en verano de 2011, que se extendió hasta alcanzar la costa norte de Sant Joan, ha sido el más devastador que ha asolado la isla desde que se tienen registros. La superficie quemada fue de 1.530 hectáreas. Este incendio, causado accidentalmente por un apicultor mientras ahumaba sus abejas, se producía solo un año después de que otro siniestro arrasara 400 hectáreas entre Benirràs y Cala Xarraca.

En solo dos veranos, el municipio de Sant Joan vio destruida buena parte de su masa forestal. Sin embargo, fueron dos años excepcionalmente malos, porque la tónica general entre el año 2000 y 2018 ha sido de cierta tranquilidad, según pone de manifiesto la estadística del Govern balear.

Estos datos demuestran que desde el año 2009 disminuye la cantidad de incendios, pero aumenta la de conatos; es decir, frente al mismo número de siniestros, una menor cantidad llega a sobrepasar una hectárea de superficie. «Esto es debido probablemente a una mayor eficiencia en la extinción y al aumento del número de depósitos contraincendios», señala un informe de Ibiza Preservation Foundation relativo a este asunto.

Un ejemplo de esta situación lo constituyó el año 2016, cuando hubo una gran cantidad de conatos, pero, en cambio, la extensión quemada total fue solo de 10.200 metros cuadrados.

El año con menor registro de siniestros a lo largo del periodo 2000-2018 fue 2013. La superficie quemada durante ese año fue también mínima, ya que solo se destruyó una hectárea.

Después de ese año, 2018 fue el de menor cantidad de siniestros (20) y apenas 1,1 hectáreas afectadas.

La presencia de medios de extinción aéreos con carácter permanente o casi permanente en Ibiza es uno de los factores que se consideran vitales para impedir que un conato acabe convirtiéndose en un incendio de grandes dimensiones.