Si hace un año quien tenía un algarrobo tenía un tesoro, este con más razón. En 2018, su cotización se disparó un 43%, hasta los 40 céntimos por kilo, lo que hizo que se desatase la locura en el campo: se varearon árboles de cuyas ramas, habitualmente, colgaban las vainas de las algarrobas durante todo el invierno, hasta que caían solas al suelo. Incluso se llegaron a robar los sacos llenos con ese fruto que los payeses, confiados, dejaban apoyados junto a los troncos. El precio ha experimentado un nuevo empujón esta temporada: la Cooperativa Agrícola de Sant Antoni aprobó el pasado viernes incrementarlo un 20%, de manera que pagará cada kilo a 0,48 céntimos. Así, quien tenga un campo de algarrobos obtendrá de ellos una pequeña fortuna... si es que sus árboles rinden.

Porque Juan Antonio Prats, gerente de la cooperativa de Sant Antoni, calcula que la recolección de algarrobas de esta temporada descenderá un 40% respecto a la del pasado año. La sequía y, posiblemente, la vecería de esa planta (un año da muchos frutos y al siguiente, muchos menos), son las causas de que disminuya considerablemente la actual cosecha, según Prats.

Fuerte demanda de garrofín

En 2018 se recogieron casi 800 toneladas. Fueron muchas, tantas que no cabían en los almacenes de la cooperativa y se pidió a los agricultores que retrasaran las últimas entregas para ir haciendo hueco en las naves. Se llegó a hacer una lista de espera e incluso se rechazaron las que no se depositaran en sacos.

La escasez de algarrobas no sólo afecta a Ibiza. Según Prats, se da en toda la cuenca levantina, donde los descensos son también de «en torno al 40%». Paralelamente, existe una fuerte demanda de goma de garrofín, que se extrae de sus semillas y que se utiliza en la industria alimentaria como estabilizante, el E-410, para la producción de helados. Se dan, pues, los dos requisitos de uno de los principios básicos de la economía: una escasa oferta coincide con una fuerte demanda, lo que provoca un subidón de los precios. «Hay demanda de garrofín, del que no hay mucho debido a que la campaña es floja», recuerda Prats.

Menos cereales

Esa misma sequía es la causa de que la recolección de cereales de este año haya menguado un 17,5% respecto a la de 2018. Es una caída importante, pero menor de la que se auguraba (un 50%) en mayo tras el desastre de la cosecha de forraje, que se redujo un 90%.

Finalmente, la Cooperativa Agrícola de Sant Antoni ha registrado la entrada de un total de 132 toneladas de cereales, 28 menos que un año atrás. De trigo, sin embargo, se recogieron 35 toneladas, 13 más (un 59% más) que en 2018, cuando su producción se redujo un 43%. La de este año es incluso superior a la de 2017.

El descenso más importante ha tenido lugar en la avena, de la que se pesaron 24 toneladas, un 54,7% menos que hace un año (en 2018 se triplicó la cosecha gracias a las lluvias). La caída de la producción también afecta a la cebada, que no pasó de las 73 toneladas, 12 menos (-14%).

Los precios son «más o menos» similares a los de 2018, según Prats. Para la avena es de 0,25 euros (por 0,27 euros en 2018), mientras que en el caso del trigo ha subido a 0,26 euros (0,24 euros hace un año). La cebada se paga a 24 céntimos (más IVA), un céntimo más que el anterior ejercicio.

La recogida de la almendra, que también ha comenzado, volverá a ser «floja», según las estimaciones del gerente de la cooperativa. Ya en 2018 descendió un 65%.