Faltan apenas unos minutos para las dos del mediodía cuando la camilla en la que va Giuseppe, paciente oncológico, cruza la puerta de ambulancias del servicio de Urgencias del Hospital Can Misses. Va intubado, lleva una vía con suero y, pillada con una cinta, está la carpeta con toda la información sobre su estado. Hace menos de una hora Giuseppe estaba aún en la habitación 04 del Hospital de Formentera.

El dispositivo para el traslado sanitario se ha puesto en marcha a las 12,17 minutos, cuando la central del 061 ha recibido una llamada del Hospital de Formentera. Uno de sus pacientes sufre un derrame pleural, necesita un escáner y que lo vea inmediatamente su oncólogo. No puede esperar. Ángel Crespo y Cristina Rodríguez, médico y enfermera del 061, están hoy (martes) de guardia con el helicóptero. Reciben el aviso. Tienen 20 minutos, 30, como mucho, para estar junto a la helisuperficie del Hospital Can Misses con todo el material necesario preparado. Es el tiempo que tardarán los pilotos de Inaer (empresa con la que el Ib-Salut tiene contratado el transporte sanitario aéreo) en traer el aparato, un Bell-412 que tiene base en el aeropuerto de Ibiza, desde es Codolar hasta el hospital ibicenco.

La coordinación es casi perfecta. Ángel y Cristina corren, empujan la camilla cargada con todo lo necesario para atender a un enfermo a bordo: un colchón de vacío que amortiguará cualquier vibración, bombas de perfusión, un respirador que llevan en una mochila azul, un desfibrilador, un monitor y hasta una maleta pequeña para pacientes pediátricos. La llevan siempre. Aunque el vuelo sea para recoger a un adulto.

Nunca saben si van a tener otra urgencia y va a ser necesario llevar en el mismo trayecto a un niño enfermo. «El helicóptero está equipado con lo mismo que una UVI móvil», explica Ángel al tiempo que empieza a escucharse, a lo lejos, el rugido del aparato. Acercan la camilla al pasillo que, frente a la puerta de las antiguas Urgencias, conecta con la pista. Se ponen los cascos para amortiguar el ruido y esperan a que toque tierra. No hay paciente, así que la aeronave no para. Las aspas siguen girando mientras los sanitarios se aproximan. Corriendo. Van encorvados. A pie de helicóptero, ya con las puertas abiertas, les espera Ramon Camps, el primer oficial. A los mandos continúa Carlos Martínez, comandante.

Alarmas visuales y micrófono

Las hélices continúan girando, ensordecedoras, mientras lo suben todo al pequeño habitáculo. Ángel y Ramon le pasan cada elemento a Cristina quien, en cuclillas en el interior, lo coloca en su hueco: el desfibrilador, las bombas de perfusión, el respirador... Asegura las mochilas con cintas elásticas. Ángel da la vuelta -«siempre por delante»- sube casi de un salto, ocupa su asiento, se abrocha el cinturón, comprueba con la vista y las manos que todo está bien colocado y asegurado, cierra la puerta y cambia sus cascos por los del helicóptero, conectados con un micrófono con los pilotos. «El ruido limita mucho», explica: «Es tan intenso que tenemos que ir protegidos y la comunicación con la tripulación es a través del micrófono. Las alarmas sobre un cambio en las constantes del paciente, que en una ambulancia serían sonoras, aquí son visuales».

Hace un día bueno. Claro y sin mucho viento. El aparato despega sin que sus tripulantes apenas se den cuenta. Unos minutos más tarde se atisba Formentera y, bien clara, la H que indica la helisuperficie del hospital, en la que el helicóptero aterriza unos doce minutos después del despegue. Médico y enfermera aguardan serios a que pare el motor y se detengan las aspas. Desde la ventana se ve ya al personal preparado con una camilla vacía. En cuanto todo se detiene el celador Miguel Sánchez se acerca corriendo con Adriana Marcela Osorio, auxiliar de enfermería, y la vigilante de seguridad. Colocan la colchoneta de vacío sobre la camilla y salen a buen paso. Ellos tres y la pareja del 061 cruzan a toda prisa la puerta de Urgencias y se adentran por el pasillo, donde Isabel Guasch, enfermera, les espera para darles toda la información sobre el paciente.

El internista, Fernando Nebrera, informa a los familiares, que aguardan inquietos. Quieren ir en el helicóptero, pero no pueden. Tendrán que coger la primera barca a Ibiza y encontrarse con él en el hospital Can Misses. En lo posible, evitan llevar acompañantes. «Puede complicar las condiciones de vuelo», justifica Ángel, que señala que si el enfermo está crítico y se complica su estado, el familiar se pondría nervioso y sería un problema. Aceptan familiares cuando el enfermo es un niño, para que no se sienta solo y atemorizado en un espacio extraño con gente que no conoce. O cuando es una persona mayor con demencia, para que no se desoriente aún más. O si es extranjero y es imposible comunicarse con él. «Lo más importante, en un vuelo, es la seguridad», insiste el responsable del 061. Cinco personas se ocupan de preparar al paciente para el vuelo.

Despedida en la helisuperficie

Son casi la una y media cuando Giuseppe abandona la habitación 04. Unos cinturones rojos lo aseguran al colchón. Le han colocado la bolsa de suero y los informes médicos sobre el cuerpo. Lleva una mascarilla de oxígeno con la que no se siente especialmente cómodo. En mitad del pasillo pide un poco de agua. Las cuatro personas que le acompañan se detienen. Cristina pide una botella y, con una pajita, se la tiende al paciente. Al franquear la corredera del servicio de Urgencias la vigilante de seguridad se une al equipo que empuja la camilla por el camino que conduce al helicóptero. Carlos y Ramón esperan junto a la aeronave. Llevan puestos unos guantes azules. Exactamente igual que los sanitarios. Es habitual. Siempre ayudan a montar al paciente en el helicóptero. Los familiares de Giuseppe siguen la operación desde el porche del centro. El italiano levanta la mano y se despide de ellos. «Pareces la reina Isabel», comentan. Una broma que parece tener como única función aliviar los posibles nervios. Los de él y, sobre todo, los de ellos, que preferirían acompañarle.

Cristina es la primera en subir. Ella se encarga de preparar al paciente. Conectarlo al monitor, al respirador, colgar la bolsa del suero en el gancho... Y tranquilizarlo. En esta ocasión no hace especial falta. Giuseppe, que sigue resistiéndose a la mascarilla, le explica que fue paracaidista. Los pilotos aún llevan los guantes de látex cuando ocupan sus puestos. Ángel es el último en montarse. Se pone los cascos, comprueba todo una vez más y espera. Esta vez no cierra la puerta. Hace calor y prefiere esperar hasta el último momento para hacerlo.

El paciente está tranquilo. Debido a su experiencia no le impresiona nada el traslado en helicóptero. Se encuentra bien y se quita la mascarilla en varios momentos para explicarle a Ángel su pasado profesional. El médico ríe y bromea con el paciente: «Entonces, al llegar abrimos la puerta y nos hace un salto». El enfermo devuelve la sonrisa. Cristina le vuelve a colocar la mascarilla del oxígeno. El rotor del helicóptero empiezan a moverse. Lentamente al principio. Cogen velocidad rápido. Ángel busca la manivela y cierra el habitáculo. «Para cualquier cosa, nos hace señas», le indica al paciente, que asiente.

Balsa de seguridad para siete personas

En el vuelo de regreso el monitor va encendido. Se pueden seguir las constantes vitales del paciente en la pantalla, colocada unos centímetros por encima de una maleta de un llamativo color amarillo. Es la balsa de supervivencia. Si hubiera una avería durante el vuelo que le impidiera llegar a su destino, el aparato tendría que amerizar -«de caer en algún sitio, iríamos a caer al agua»-, por lo que va provisto con unos flotadores grandes que se activarían. Se ven al subir. Son unas piezas grises en los bajos en las que se lee «no pisar». Además está la balsa, en la que cabrían hasta siete personas. El médico explica que el personal que realiza servicio en el helicóptero constantemente participa en cursos de formación específicos. Muchas veces de forma conjunta con los pilotos: «Hace poco trajeron un simulador de una cabina de un helicóptero para uno de ellos. Hacían como que llevábamos a un paciente con diversas patologías y que había humo en la cabina o un aterrizaje duro». De momento, explica Ángel, no han tenido que hacer uso de todo lo aprendido y practicado en esos cursos: «Lo practicamos frecuentemente para saber cómo tenemos que actuar, pero espero que no pase». El paciente pide agua de nuevo. Cristina, que está pendiente de él, le acerca la botella. Comprueba el suero.

El helicóptero toca tierra, suavemente, algo menos de doce minutos después de despegar de Formentera. El paciente levanta ambos pulgares. Cristina coloca toda su documentación sobre sus piernas, sujetada en un sobre con los cinturones. Desde el habitáculo se ve la ambulancia, que espera en una esquina de la pista de Can Misses para trasladar al paciente hasta el hospital. En el edificio viejo, este último tramo se hacía a pie, con el paciente en una camilla, igual que han hecho en Formentera. Desde que abrieron el nuevo hospital es necesaria la ambulancia. Unos 300 metros, y en desnivel, separan el lugar de aterrizaje de la entrada de Urgencias y no es seguro para el enfermo.

Cristina y Ángel desenganchan al paciente de todos los aparatos. Le ponen el suero sobre las piernas y aguardan a que los técnicos de emergencias sanitarias de la ambulancia, Carlos Rico y Sergio Vico, acudan con la camilla. Los pilotos, de nuevo con guantes de látex azules, esperan también a pie de helicóptero para ayudar a bajar al paciente. Los seis colaboran en la maniobra. Cuando Giuseppe está ya en tierra, se tapa la cabeza con los brazos para protegerse del intenso sol. Carlos y Sergio levantan la camilla mientras Cristina, Ángel, Carlos y Ramón se ocupan de bajar del helicóptero el material y los aparatos. Todo lo que cargaban en la camilla a las doce y media, mientras se dirigían de vacío al helipuerto, debe regresar a la base del 061, en el antiguo edificio de Hemodiálisis.

A las dos menos cinco los pilotos se despiden del paciente, al que introducen en la ambulancia. El personal del 061 comenta que sería necesario un vehículo específico para estos traslados. Un poco más amplio. El paciente en la camilla, los dos sanitarios y todo el material que acaban de bajar del helicóptero más el que ya hay, apenas caben en la ambulancia, que no tarda más de un par de minutos en parar justo delante de la puerta del servicio de Urgencias, donde médicos y enfermeras ya están esperando. Giuseppe entra por esa puerta 31 minutos después de haber salido por la del servicio de Urgencias del hospital de Formentera y una hora y 46 minutos después de que el 061 recibiera el aviso solicitando el traslado.