­Djiny Ndiaye tenía 24 años y un bebé de dos meses. Senegalés de Pinken, uno de los grandes barrios de Dakar, llegó a España en avión en 2009 y se instaló en Granada. «El billete se lo pagaron sus primos, así que se ahorró lo de saltar la valla y todo eso», explicó ayer su amigo Amar Diop Niang. Hace apenas 20 días vino a Eivissa para vender gafas de sol, porque aquí, con la venta ambulante, se hace más dinero que en Granada. «Djiny era muy sociable y en muy poco tiempo ya lo conocía mucha gente y todo el mundo hablaba bien de él», recordó Niang.

«No nos decía dónde vivía porque no quería pedir ayuda». «Orgullo hasta la muerte», sentenció su amigo. Al parecer, dormía donde podía, en alguno de los huecos de los grandes inmuebles de apartamentos de Sant Antoni. Murió el jueves por la tarde, ahogado en la piscina del monstruoso edificio Tánit, situada en el tejado, y que ahora ya está sin agua y cerrada al público, y bajo investigación de la Policía Judicial de la Guardia Civil. Ndiaye no sabía nadar y usaba la piscina para lavarse antes de salir a vender sus gafas de sol. Aunque en la puerta de acceso a la piscina, hoy bajo candado, hay un cartel que indica que el uso de las instalaciones está restringido a quienes viven en el edificio, muchos en Sant Antoni se bañaban en ella. Nadie controla el acceso. Tampoco hay socorristas, aseguran los amigos de Ndiaye, y pese a que apenas supera los seis metros de longitud, alcanza una profundidad de 2,15.

El jueves Ndiaye subió a asearse. Fue encontrado flotando boca abajo. Los primeros en llegar fueron cuatro agentes de la Policía Local de Sant Antoni y un equipo sanitario del 061. Uno de los agentes que participó, Alejandro Ponce, recordó ayer lo complicado que resultó este servicio.

Los cuatro agentes y el equipo sanitario estuvieron cerca de una hora y media intentado recuperar las constantes vitales de Ndiaye, que entró cinco veces en parada cardiorrespiratoria. Pese a todo, lograron estabilizarlo y llegó con vida a Can Misses. Tras una noche en la UCI, Ndiaye falleció por la mañana. Bajar al senegalés desde la planta 11 del Tánit fue una odisea. Las escaleras son muy estrechas y el ascensor muy pequeño. Todo esto retrasó la llegada del herido al hospital.

Mientras todo esto ocurría, abajo, en la calle, se fue congregando una multitud de vendedores ambulantes preocupados por el estado de su compañero, que aunque estaba recién llegado a la isla ya era muy conocido en Sant Antoni. Cuando, finalmente, los sanitarios y los agentes lograron sacar a Ndiaye del edificio Tánit, algunos de los compañeros del vendedor comenzaron a aplaudir.

Amar Diop Niang no está para festejos. «Voy a presentar una denuncia contra los responsables del edificio Tánit, porque esa piscina no cumple ninguno de los requisitos legales que se exigen», advirtió. Niang lleva muchos años en España. Habla castellano con gran perfección y emplea un vocabulario que llama la atención. Trabajó años como traductor en los juzgados de Oviedo, pero después tuvo que regresar a su profesión de siempre, carpintero. Cuando cerró la empresa en la que trabajaba comenzó a dedicarse a la venta ambulante, la alternativa por antonomasia a la que se agarran sus compatriotas, sobre todo -aunque no es su caso- cuando no tienen la documentación en regla. Sí era este el caso de Djiny, que aunque llegó a España en avión, con visado de turista, cuando a los seis meses caducó pasó a engrosar la lista de ´irregulares´. La venta ambulante era su modo de ganarse la vida y este año decidió, como tantos otros, hacer la temporada en Eivissa.