Son las cuatro de la tarde de un miércoles y está nublado. Es uno de esos días raros del verano ibicenco en los que parece que va a llover. Las nubes invaden el cielo e impiden al sol asomarse, pero el bochorno es insoportable. Quizá esta inestabilidad meteorológica frena a más de uno a ir a la playa. No es el caso de las centenares de personas que se encuentran en Cala Salada y Cala Saladeta y que han dejado sus vehículos aparcados a lo largo de su sinuosa carretera, ignorando la decena de señales que avisan de que está prohibido. Aunque a una distancia de 200 metros ya se ven coches en la calzada, la mayoría de conductores se empeña en llegar hasta el final del trayecto, siendo el último tramo el más caótico. A pesar de que su anchura no supera los seis metros, hay coches aparcados en ambos lados, convirtiendo este acceso en una ratonera.

La situación de peligro que crea este embudo se agrava por la poca cobertura telefónica que hay en esta zona, por lo que en caso de emergencia llamar al 061 o al 112 sería misión imposible y en el caso de que hubiese señal, una ambulancia tendría serios problemas para llegar a Cala Salada. Además, el parking disuasorio con capacidad para 80 vehículos que el Ayuntamiento de Sant Antoni habilitó en un terreno próximo al litoral en julio de 2010 tampoco sirve para descongestionar esta zona. La mayoría de turistas no sabe de su existencia o lo encuentra completo.

«He dejado el coche en la carretera porque el aparcamiento está lleno», explica José García, un andaluz que trabaja de temporada en un hotel de Sant Antoni y que es consciente de que ha dejado su vehículo en un espacio en el que está prohibido y por el que suelen pasar agentes de la Policía Local. «Me da miedo que me multen, pero es que no hay otra opción», se justifica García, que ha aprovechado su día libre para visitar por primera vez esta playa, que atrae a muchos turistas y residentes debido a que está cerca del núcleo urbano: tan solo 4 kilómetros separan este rincón del centro de Sant Antoni.

Coches aparcados en curvas

Sin embargo, antes de disfrutar de su idílico paisaje hay que pasar por el embudo que se forma en la última curva. Allí coinciden aquellos que circulan por el camino sin asfaltar en dirección a ses Fontanelles con los que siguen la trayectoria de la carretera con destino a Cala Salada. No importa cuál sea la dirección de los conductores, ya que todos tienen problemas para maniobrar por culpa de los vehículos, uno de ellos ´estacionado en medio de la misma curva´, que se encuentran en este punto maldito, cuya proximidad se intuye desde lejos por el ruido de claxon y el olor a goma quemada.

Si antes de esta última curva ya se encontraban vehículos aparcados a un lado de la carretera, a partir de ella ya hay en ambos lados. Unos 180 pasos separan el inicio de este tramo de la entrada del litoral. Esta corta distancia es irresistible para los propietarios de los cerca de cincuenta coches y más de veinte motocicletas que se han arriesgado a dejar sus coches allí, ya que hasta 8 señales verticales, cuatro en cada lado del camino asfaltado, avisan de que está prohibido aparcar. E incluso en dos de ellas se informa de que una grúa puede llevarse los vehículos. Ni caso.

Para Faustine y Rowan, dos franceses que también aprovechan el verano para trabajar en el sector hostelero en la isla, el «lío» que se forma en la entrada de Cala Salada es «normal». Ellos también han dejado su coche sobre el asfalto. «Hemos tardado un poco en aparcar [se refiere a dejar el coche en la carretera], pero esta playa está muy bien, así que vale la pena», opinan. Aseguran que nunca han tenido problemas para entrar o salir de esta playa, pero añaden que sería conveniente un aparcamiento más grande y próximo a la costa. «Si los turistas no pueden aparcar cerca, se irán a otra cala», expresa Faustine.

Justo a pie de playa pretenden aparcar dos conductores de dos coches de alquiler. Los copilotos se encargan de mover los retrovisores para no chocar con los vehículos aparcados en ambos lados de la estrecha carretera, mientras los conductores circulan a paso de tortuga. Tienen la esperanza de que justo al final del camino haya un hueco en el que dejar su coche. Esta vez la suerte no está de su lado. No cabe ni un alfiler. Además, ni siquiera hay espacio suficiente para dar la vuelta. No es cuestión de pericia al volante, se trata de un callejón sin salida. Así que a ambos turistas les toca salir del embrollo dando marcha atrás a lo largo de unos 100 metros hasta llegar a la citada curva, donde se encuentra el desvío a ses Fontanelles. Allí cambian el sentido de su trayectoria y se alejan de la playa, aunque no demasiado. Se dan cuenta de que su coche cabe en el estrecho sendero que lleva a ses Fontanelles, donde se pueden contar hasta 100 turismos.

Unos cinco minutos ha tenido que esperar Roberto, de Santa Eulària, para acceder con su vehículo por este camino, ya que no paraban de salir turismos. «He tenido suerte porque un hombre me ha avisado de que se iba y he podido aparcar en el hueco que ha dejado», explica. A pesar de que conoce el «caos» que se forma en esta playa en verano y de que hay un aparcamiento con un acceso peatonal que transcurre por la ladera de una montaña, Roberto ha preferido aparcar más cerca de la costa para que sus familiares caminen menos. Asimismo, resta importancia al descontrol en el tráfico en las carreteras con destino a las playas más populares de la isla. «En Santa Eulària ocurre lo mismo que en Sant Antoni: si intentas ir a Cala Llenya o a Cala Boix, por ejemplo, te encontrarás también con atascos», asegura.

Mientras tanto, continúan llegando coches hasta el final de la playa provocando mil y un atascos. En contraposición, por las escaleras que unen el litoral con el parking disuasorio no transcurre un alma. Sin embargo, las bolsas de basura que rodean la única papelera que hay en todo el camino ponen de manifiesto que alguien ha pasado por allí.

A las cinco de la tarde el aparcamiento, de unos 2000 metros cuadrados, ya no está completo. Caben hasta quince coches más. Una de esas plazas libres la han aprovechado Teresa Martín, Sofía Calvo, Luis Panadero y Paqui Menor. Estos cuatro valencianos, que visitan Eivissa por primera vez, cuentan que aparcar en Cala Salada ha sido mucho más fácil que en Cala d´Hort. «Estuvimos allí el domingo pasado y fue escandaloso lo que tardamos en dejar el coche», se quejan. Reconocen que es «complicado» facilitar el acceso a los turistas a playas como Cala Salada, pero apuntan que una de las posibles soluciones para evitar esta masificación sería fomentar el transporte público.