«Más molestias que beneficios», «mucho ruido y pocas nueces», «usan nuestros baños y se van», «no hay medidas higiénicas en los puestos de comida», «ni fu ni fa»... Esta retahíla es lo que opinan muchos de los comerciantes y restauradores del centro de Ibiza, incluso dentro de las murallas, de lo que supone para ellos la Feria Medieval.

Entre los que opinan que trae más molestias que beneficios está Pedro Planells de Pedro´s Ibiza, una tienda de cuero mítica de la Marina con un género de alta calidad. «Por mi experiencia de otros años la gente o pasa de largo o entra y lo revuelve todo para nada. Incluso cierro el sábado» [por hoy], indica Planells, al que se le nota más molesto que contento con esta fiesta.

En la farmacia R-Carreño Villangómez, en plena calle Aníbal, lo único que aprecian es que «aumenta la venta de apósitos y tiritas» para reparar los daños de una subida o un descenso, que algunas se atreven a realizar hasta con tacones. «Notamos algo más de clientes pero no un aumento en proporción a toda la gente que viene. La gente va directa a la feria y no se para mucho más», explica David Tur Costa, una opinión que comparten también sus compañeras Bea de la Riva y Rocío Mateos.

Un poco más adelante, en la administración número 1 de Lotería de la Marina, Juana Ferragut coincide por completo en que el pequeño aumento de clientela que detectan estos días no va en proporción al número de visitantes. Mientras lo explica, entra en escena uno de sus clientes, Werner, un comerciante de la zona que no deja títere con cabeza: «Las personas que están preparando los alimentos en la calle no se asean correctamente, hemos visto que muchos se alojan en camionetas, no en caravanas, y no tienen ni duchas ni nada», lamenta el empresario. «Están en contacto con alimentos durante la feria y no tienen agua corriente en la que lavarse las manos siquiera. El Ayuntamiento cada dos por tres está encima de los restaurantes, que pagan sus impuestos y pasan sus controles de sanidad, pero con esto cierran los ojos», lamenta. Él tiene una boutique y asegura que las buenas ventas durante los días de feria se quedaron en los primeros años, no ahora. «Mucho ruido y pocas nueces», remarca.

A pocos metros de allí Lino y Maxi, que llevan una pizzería y el bar 4.Zero, lamentan que la falta de lavabos durante la feria Eivissa Medieval se traduce en que muchos visitantes entran en sus locales para utilizar el wc «que muchas veces termina roto». Además alertan de que «las personas que están tocando el dinero con las manos son las mismas que preparan la comida sin lavarse antes». «Nos molesta la falta de organización, que cada año cambien la ubicación de los puestos», abundan. «Hace dos años había puestos por el Mercat Nou y estaba animado, ahora no y además hoy [por ayer] nos han puesto unas vallas y sillas para el concierto de por la noche pero todavía es mediodía y no pasa nadie por la calle», explica. Lamentan, además, que mientras ellos pagan «un dineral de impuestos» para tener la terraza, los puestos de comida que están cerca les resten afluencia.

Otra de las quejas es que la mayor parte de los productos en venta, sobre todo de alimentación, no tienen los precios puestos. «Ponen los precios por la cara que tienes, si ven a un guiri le cobran más», se lamenta otro empresario de la Marina que prefiere no aparecer con su nombre.

Los botellines no son medievales

¿Y qué ocurre dentro de las murallas? Pues básicamente lo mismo. La gente circula por las calles donde hay puestos y parece que el dinero que llevan encima es justo para darse algún capricho, sobre todo gastronómico.

Ángeles Romero, al frente de Can Marrota, un pequeño negocio de comestibles que lleva en Dalt Vila toda la vida, asegura que se nota mucho más en la caja la llegada de un crucero que la feria Medieval. «Venden hasta botellines de agua, que creo que no son muy medievales», dice con una sonrisa y asegura que las ventas apenas suben un poco porque los clientes no curiosean por las calles y plazas sino que van directamente a los puestos medievales. «El primero y el segundo año se notaba mucho más la afluencia de gente porque no había tantos puestos de comida», subraya Romero.

En una línea muy similar, Edith López, que tiene dos tiendas de moda Adlib en la plaza de Vila, explica que se vende un poco más «pero no en proporción a la gente que sube a Dalt Vila». Y utiliza las mismas palabras que Werner: «Mucho ruido y pocas nueces». «Cuando vienen los cruceros, sobre todo el de los americanos el domingo por la mañana, sí se nota mucho más», añade la empresaria. Es más, ayer coincidía con día de crucero en el puerto. «La gente que hay por aquí es por ese motivo», apuntaba.

Pero hay quien ve en la feria Medieval una oportunidad de negocio. Como en una tienda de la cadena Zeus, al pie del Rastrillo, que apuesta por la venta y alquiler de disfraces medievales. «Pero este camino es difícil», explica Rosa Deltell, la dependienta, consciente de la poca costumbre que hay en Eivissa de acudir vestido de la época. «Sería bonito que la gente se involucrase un poco más», dice Deltell en esta tienda que suele vender moda Adlib.

La apreciación sobre el escaso impacto de la feria es similar en otras zonas como Vara de Rey y la avenida de España. En el restaurante Valentino dicen que incluso baja la clientela estos días «porque la gente pasa de largo y va directamente a la feria, no tiene un impacto positivo», asevera Sheila Sebti, que lleva cinco años en este negocio.