De Granada a Ibiza

«A principios del año 1933, cuando yo no había cumplido todavía los dos años»

«Nací en Granada, en un pequeño carmen del Albaicín, el 3 de mayo de 1931. Mi padre, Adrián Rosa Esteban, que era guía de la Alhambra, decidió un buen día, no sé exactamente por qué razón, dejar la ciudad y trasladarse con su familia, es decir, con mi madre, Ascensión Hidalgo Tapia, y yo, que solo tenía unos meses, a Barcelona. Era un hombre aventurero que se había criado en Orán, que hablaba francés e inglés.

En Barcelona, mi padre invirtió en un negocio relacionado con los coches que no le fue nada bien. De allí nos trasladamos a Palma, donde se puso a trabajar con un anticuario. Y a los pocos meses, no sé muy bien por qué motivo, vinimos a Ibiza. Era a principios del año 1933, cuando yo no había cumplido todavía los 2 años.

Pos sus conocimientos de idiomas, mi padre se puso a trabajar aquí en el hotel Isla Blanca, que estaba en Vara de Rey. También mi madre trabajaba en este hotel. Durante este tiempo vivíamos en una casita de Sa Capelleta. Y en 1935 ocurrió algo que iba a cambiar nuestro destino, que hasta entonces había sido un tanto aventurero. Mis padres conocieron a Miguel de Beistegui, un rentista mexicano, hijo de embajador, que acababa de alquilar con su mujer, Sandy, una casa en Dalt Vila.

Beistegui propuso a mis padres que se ocuparan de la casa, donde además ya trabajaba un cocinero. Mis padres aceptaron, dejaron el hotel, y nos trasladamos a vivir allí, donde algunos años después nacería mi hermana. Era una gran casa, situada en la calle San Luis, número 1, que Beistegui acabó comprando, muy frecuentada por algunas familias de Dalt Vila con las que hizo amistad, como los Villangómez o los Tur de Montis... Aunque yo era muy pequeño, recuerdo las cenas y fiestas que organizaban en aquella casa, siempre dirigidas por Sandy, que era una mujer encantadora.»

Años de guerra

«Parte de la guerra la pasamos en una casa payesa en Jesús»

«Los Beistegui tuvieron que marchar de Ibiza en otoño de 1936. Siempre he oído decir que fueron expulsados, pues él tenía pasaporte mexicano y México apoyaba a la República, aunque él era un hombre conservador, muy de derechas. Ellos pensaban que iban a volver en poco tiempo y dejaron todo como estaba.

Mis padres también lo creían así. Continuaron al servicio de la casa, ocupándose de su mantenimiento, esperando que llegarían en cualquier momento. Pero lo cierto es que hasta 1944 no regresó Beistegui. Lamentablemente Sandy, su esposa, había muerto unos pocos años antes.

Todo esto supuso algún problema para mi familia, ya que durante aquellos años no pudieron recibir su paga. De manera que teníamos casa, pero no dinero. Parte de la guerra, además, la pasamos en una casa payesa en Jesús, en Cas Tartamut, que tenía alquilada Guy Selz, gran amigo de los Beistegui, y de la que también mis padres se ocuparon. En la casa de Dalt Vila, durante el mes de agosto de 1936, tuvimos que acoger a dos milicianos, un hombre mayor y otro muy joven, que dormían y comían en casa cada día. Los recuerdo muy vagamente. El joven nos trataban con mucho cariño. Recuerdo bien los bombardeos de los aviones y la inútil defensa antiaérea, que no conseguía llegar a sus objetivos... Mi madre pasó miedo durante la guerra, esto también lo recuerdo.

Para conseguir algo de dinero, mi padre se tuvo que espabilar y, entre otras cosas, hizo por ejemplo de barbero y también de feriante en las fiestas de los pueblos. Yo no fui al colegio durante los años de la guerra, aunque antes había acudido a las monjas de la Consolación durante un tiempo.

En 1939 ingresé en el colegio de Sa Graduada. Después mis padres quisieron que hiciera el bachillerato, lo que era raro en una familia modesta como la mía, y, tras un examen, ingresé en el Instituto. Allí tuve como compañeros, por ejemplo, a Vicente Ribas y a Daniel Escandell, ya fallecidos los dos. No fui un gran estudiante.

Pero por entonces yo ya tenía el bichito del arte, así que ingresé a la vez en la Escuela de Artes y Oficios, que estaba en el mismo lugar que el Instituto, el Ayuntamiento y la cárcel. Por las mañanas hacía el bachillerato y por la tarde Artes y Oficios, que era lo que de verdad me gustaba. No suponía ningún problema de traslado, pues continuamos viviendo en Dalt Vila, en la casa de la calle de San Luis, durante mucho tiempo.»

Afición al arte

«La mayor influencia en temas artísticos la tuve de Francisco Carreño»

«Me lo dijo una vez Juan Villangómez: «tu afición al arte y a tocar la guitarra te viene de Sandy Beistegui». Y tenía razón. Yo, de muy niño, estaba siempre con ella en la casa. Veía cómo pintaba y cómo tocaba la guitarra. Sin duda, mis dos aficiones vienen de ella, ahora estoy seguro.

Era, desde luego, una mujer especial, llena de vida, guapísima y muy admirada aquí por todos los amigos. Murió muy joven, en 1941, en Francia, debido a una tuberculosis que contrajo aquí.

Lo cierto es que cuando entré en el Instituto y en la Escuela de Artes y Oficios, a los once o doce años, yo ya sabía que quería dedicarme a la pintura. Mi padre, al principio, quería que yo fuera militar, pero cuando vio la gran afición que tenía por el arte nunca me puso obstáculos, le pareció muy bien, como a mi madre.

Tuve como profesores en la Escuela de Artes y Oficios a Tarrés y a Ignacio Agudo Clará. Este último tuvo gran influencia en mí, también en cuanto a las lecturas. Era un hombre muy barojiano y gran lector de Schopenhauer.

Frecuentaba el estudio de los Puget. El viejo Puget era una especie de campesino astuto, desconfiado, se las sabía todas. Pero no era antipático y siempre me recibía con afecto, porque yo iba allí para admirar su pintura y tenía ilusión por ser pintor... Me repitió varias veces que había estado en París y que los impresionistas no le habían parecido gran cosa. Decía que si soplabas sobre un cuadro impresionista todos los personajes salían volando... No así en sus propios cuadros, cuyos personajes, decía, eran inamovibles. En fin, era un hombre muy seguro de sí mismo.

Su hijo era una persona más discreta y más culta. Me dio algunos consejos que me ayudaron mucho para las acuarelas, la transparencia del color, etcétera.

Yo conocía también a Antoni Marí Ribas, Portmany, con quien hablaba de vez en cuando. Era un hombre muy sencillo, pero inteligente, ya lo creo. De una familia muy pobre. Tenía una sensibilidad excepcional. Recuerdo que los Beistegui lo conocían y lo admiraban desde los años 30.

También era un buen pintor Mariano Tur de Montis, sobre todo en su primera época. Era un gran retratista, a la manera del siglo XIX, de Sargent o Durand.

Pero la mayor influencia en temas artísticos por aquella época la tuve de Francisco Carreño, un pintor valenciano que daba clases de dibujo en el Instituto. En realidad no llegó a ser profesor mío, pero fui su alumno igualmente fuera del instituto en muchas cosas, sobre todo como aspirante a pintor que yo era. Me convertí por tanto en su discípulo.

Supongo que me tomaba en serio porque yo tenía aquel impulso, aquella seguridad en mi decisión de ser pintor... Y me ayudó muchísimo no solamente durante aquellos años en Ibiza, sino también cuando después fui a Valencia a estudiar, con consejos y recomendaciones.»

Bellas Artes en Valencia

«Conseguí una beca, gracias a la cual pude pagarme la estancia»

«Ingresé en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, en Valencia, en 1950. Conseguí una beca, gracias a la cual pude pagarme la estancia en habitaciones alquiladas en casas particulares. Tenía que apretarme mucho el cinturón, comiendo en sitios muy baratos y tal. Mis padres me enviaban cestas con alimentos de vez en cuando. A partir del segundo año conseguí un trabajo: servir la comida a los niños de un colegio de jesuitas. Era un trabajo destinado a estudiantes como yo.

Tuve algunos buenos profesores, como Genaro Lahuerta, el más famoso. Un escultor llamado Beltrán. Furió, profesor de grabado... Pero, aparte de estos profesores, por medio de Francisco Carreño, yo conocí y traté a Ricardo Verde, que había sido profesor de todos mis profesores, un hombre ya anciano y pintor de prestigio.

Conocí también a un pintor joven, Manuel Gil Pérez, un gran artista y un gran estudioso, que después estuvo por Ibiza. Una gran promesa que lamentablemente falleció a los 33 años. Y traté a Pérez Contel, de quien fui alumno, que tenía una gran capacidad de liderazgo y te explicaba el arte como nadie. Recuerdo que Mompó lo admiraba mucho también.

Estudiábamos mucho a los impresionistas. Cézanne, Van Gogh, Toulouse Lautrec... Estos dos últimos eran los que más me gustaban a mí. Había entonces la moda de menospreciar a Sorolla. Yo no acababa de entenderlo mucho, porque a mí me parecía que aquel hombre pintaba muy bien... Y por supuesto siempre teníamos presente a Picasso.

Por consejo también de Francisco Carreño, después de acabar los estudios, busqué alguna plaza de profesor para ganarme la vida y empezar a abrirme camino como pintor.»

Tres años en cartagena

«En Cartagena traté con mucha gente interesante del mundo del arte»

«Me indicaron que en el Instituto Isaac Peral, de Cartagena, había una plaza libre como encargado de Cátedra de Dibujo. Y hacia allí me fui.

Nada más acabar los estudios, por tanto, empecé a dar clases. Esto ocurrió entre 1955 y 1958, pues no estuve más de tres años. Carreño me insistió en que hiciera oposiciones y todo esto, pero yo siempre he buscado la aventura, el afán de libertad, no buscaba la seguridad material, ni fundar una familia ni nada de todo esto. He sido poco práctico y en aquel tiempo mucho menos aún. Quería ver mundo y pintar. Así que, tres años después, decidí dejar de dar clases.

En Cartagena traté a mucha gente interesante relacionada con el mundo del arte. Por ejemplo, a Santiago Amón, que muchos años después sería crítico de arte de El País.

Lo pasé muy bien en Cartagena. Nos reuníamos en casa de un pintor llamado Vicente Ros, un gran hombre, una personalidad encantadora. Allí acudíamos algunos artistas para charlar y pasar la tarde.

Hice dos exposiciones en Cartagena, las dos en la sala de exposiciones de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, en 1957 y 1958. Mi primera exposición individual había sido en 1954, en Valencia.

En 1958 decidí irme a Copenhague, con una chica que había conocido en Ibiza, y no regresé a España hasta cinco años después.»