Opinión | EL TRASLUZ

No ocurre nada

No ocurre nada

No ocurre nada / Shutterstock

Salgo a caminar a veces con un vecino y con su perro. Ayer, mientras recorríamos el parque, me preguntó (el vecino, claro) si no le notaba nada raro al animal. Tras observarlo atentamente, le dije que no, que lo veía como siempre. Se trata de un mastín muy cariñoso que me saluda con expresiones exageradas de amistad, como si me prefiriera a su dueño, asunto que, la verdad, me espanta. Anduvimos en silencio unos minutos mientras la mascota correteaba de un lado a otro, persiguiendo pájaros, pues a la hora que salimos permiten llevarlos sin atar para que se desfoguen. Pasado un rato, mi vecino volvió a hablar:

    -Es que, no sé, tengo la impresión de que no es el mío.

    -¿Cómo que no es el tuyo?

    -Ya sé que suena raro, pero siento como si me lo hubieran cambiado durante la noche por otro perro idéntico.

    -Si es idéntico, qué te hace sospechar.

    -Detalles mínimos en su comportamiento. Cosas tan insignificantes que hasta para mí resultan difíciles de explicar. Hay algo distinto en su mirada, por ejemplo, y en su manera de olfatear la comida antes de dar cuenta de ella.

   Yo no le había notado nada distinto, aunque nunca le he dado de comer, pero preferí no discutir. Al poco, mi vecino volvió al ataque: había detectado que, desde hacía algún tiempo, las cosas de este mundo estaban siendo sustituidas por otras tan parecidas que no éramos capaces de advertir el cambio. Luego, dándose cuenta de lo extraño que resultaba su desahogo, saltó a otro tema y aceleramos el paso.

    Volví a casa con una sensación extraña, observándolo todo a mi paso: las papeleras, los semáforos, los coches. En mi cocina, sospeché inevitablemente del robot, al que tanto partido le saco para las salsas. En cuanto al microondas, siendo el de siempre, gozaba de un brillo diferente al del resto de los días. Mi mujer me preguntó si ocurría algo y le dije que no, excepto que me había parecido que nuestro vecino no era nuestro vecino, sino alguien idéntico a él.

    -Ya -dijo-, y volvió a sus cosas, o eso fingió, que volvía a sus cosas, porque las trataba como si no fueran suyas del todo, como si fingiera que le pertenecían.