Opinión | Para empezar

No era turismofobia, era defensa propia

Resulta que cuando cuestionábamos que se pudiera llamar «éxito» a superar récord tras récord de turistas en las islas no era turismofobia, sino sentido común. Igual que no se nos ocurre meter a cien personas en el salón de nuestra casa, porque las leyes de la física son implacables -cabe lo que cabe, por más que nos empeñemos- tampoco una isla se puede estirar: ni sus carreteras y caminos, ni sus espacios naturales ni sus depuradoras ni el agua ni las playas. Ojalá entonces, cuando quienes criticaban cómo la masificación turística estaba perjudicando tanto a los residentes como a la isla y a los mismos turistas, desde el PP y el propio sector hubieran sido capaces de ver más allá del momento presente, en lugar de atacar a quienes hablaban ya de sostenibilidad, del necesario equilibrio entre la industria turística y la población residente, del respeto al medio ambiente, de poner límites tal y como se ponen en otros lugares: eso se llama gestión. Al Timanfaya no puedes ir cómo y cuando te dé la gana: es el turismo el que se debe adaptar a la capacidad y posibilidades del parque natural volcánico, y no al revés. Esto, tan obvio, en Ibiza ha sido siempre muy difícil de entender, por ese mantra autodestructivo de «no coartar la libertad» que nos ha llevado hasta donde estamos. Lo llaman libertad cuando quieren decir libertinaje.

La crítica a un modelo turístico basado en la cantidad de turistas solía zanjarse con una alusión a si quien la formulaba querría volver a comer algarrobas. Como si el turismo, que indudablemente es la única fuente de riqueza de Ibiza y Formentera, tuviera por ello patente de corso para todo, ante la resignación de los sufridos residentes, expulsados, ninguneados y arrinconados. Pero afortunadamente esto ha cambiado, y lo ha hecho en el seno del propio PP y del sector. El PP es el único partido capaz de liderar la transformación del modelo en Balears, pues nadie les acusará a ellos de turismofóbicos ni de querer hundir la economía de las islas.

Bienvenido sea el giro. Aquello no era rechazo al turismo, sino a la nefasta (o nula) gestión del turismo. A la irresponsabilidad que nos llevaba de cabeza al abismo. Era defensa propia; en definitiva, defensa del interés común: de la isla y de nuestro futuro.

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