Opinión | Desde la marina

Agua de mar en las piscinas

En una isla con tanto mar como tenemos, con tantas calas y playas, sorprende que el personal tenga la imperiosa necesidad de bañarse en piscinas de agua potable, un agua que no tenemos, que nos dan a un alto coste las desaladoras y que necesitamos para los cultivos, el consumo humano y animal. Un agua potable que, por otra parte, no ofrece el beneficio del yodo y las sales que tiene el agua marina. Lejos de ser una necesidad, la piscina es un lujo, un capricho y, las más de las veces, una cuestión meramente estética. Pocos conciben construirse un chalet sin la correspondiente piscina. Y si se puede, más grande que pequeña. A la vista de tan obvia estupidez, conviene repetir, por escandalosos, los datos que hace algunas fechas publicaba Diario de Ibiza en base a un estudio de la UIB. Se nos decía que las piscinas de Baleares pierden al año por evaporación 6.000 millones de litros; que desde 2015 se han construido cada año 1.600 piscinas, 29.000 piscinas en 18 años; y que en estos momentos nuestras islas tienen 75.700 piscinas, una piscina cada 16 habitantes. ¡Un despropósito de manual.

Antes o después, más pronto que tarde, nos prohibirán utilizar el agua de boca en las piscinas. Todas las piscinas acabaran siendo de agua de mar porque, dadas las circunstancias, no nos queda otra salida. Son instalaciones que son comunes en muchos lugares y no plantean más problemas que las piscinas de agua potable.

Es cierto que exigen motores y filtros ad hoc y que debe resolverse el problema del desagüe del agua salada, pero nada que no esté ya experimentado y que no pueda soportar la Administración y el bolsillo de quien se construye una piscina. En la Costa Brava existen ya varias empresas especializadas que recogen el agua mar adentro y la transportan en camiones cisternas para llenar las piscinas de las que hacen también su mantenimiento. Y hace años que funcionan así.

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