Opinión | Para empezar

Tres pequeñas vidas en un acantilado

Tres niños muy pequeños. Dos de ellos, aún bebés. Dos familias. Comidas por el miedo. Colgadas en mitad de un acantilado en una tierra extraña. Bajo sus pies, el precipicio. El mismo mar en el que, seguramente, han temido morir durante dos angustiosos días antes de ver, por fin, la ansiada tierra. Sobre sus cabezas, un corte vertical imposible de salvar sin más recurso que sus propias manos. Y cinco menores. Tres muy pequeños. Dos aún bebés. Decidieron jugársela para conseguir una vida mejor. Salir de su país, ahorrar hasta reunir el dinero (una fortuna) para montarse en un taxi-patera, vencer (o no) el miedo de adentrarse en el Mediterráneo sin saber muy bien a dónde llegarían. O si llegarían. Y, después de todo eso, el acantilado. Atrapados entre 70 metros de caída libre y 30 metros de una pared imposible. El relato de los bomberos de Formentera sobre el rescate de esas diez personas, especialmente de los tres pequeños, para los que ni siquiera tenían arneses de su tamaño, estremece. Conmociona. Obliga a reflexionar. ¿Quién pone en peligro aquello que más quiere si no es porque su realidad es más temible que lo que pueda pasar? ¿Quién afronta una aventura de la que no sabe si saldrá en chanclas y con monedas de chocolate? «Una familia como podría ser la mía», afirma el sargento de los bomberos.

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