Opinión

Día del Amor Fraterno

Iniciamos la Semana Santa, Domingo de Ramos, y ya se ven paseando por nuestra ciudad y por pueblos a familias con sus ramos de olivo o con sus palmas que han sido bendecidas en las diferentes celebraciones. Ramos para bendecir también nuestros hogares, recordatorio de la aclamación de Jesús como Salvador. Una semana intensa de celebraciones y de procesiones que nunca nos pueden despistar, ni olvidar, el principal objetivo de nuestras creencias: "tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo para que tengamos vida eterna" (Jn 3, 16), de manera muy especial sus predilectos, los más pobres, los marginados, los descartados por una sociedad de consumo en la que estamos inmersos.

Y en el centro de nuestras celebraciones, en el Jueves Santo, el día del Amor Fraterno, una invitación que Cáritas nos hace a seguir el ejemplo de Jesús, que después de dejarnos el Sacramento de la Eucaristía, se puso a lavar los pies a sus discípulos. Esta debería ser la actitud de todo cristiano: el amor hecho servicio. No hay amor si no se aprende a conjugar el verbo servir, si no se está dispuesto a despojarse de todo aquello que estorba, sin ponerse a los pies de aquel que nos necesita. Un año más, cuando celebramos la Semana Santa, Jesús nos invita a sentarnos a su mesa, a compartir el pan y la vida, a aprender la lección del servicio, es el momento en el que este servicio debemos centrarlo en los golpeados por la pobreza y, especialmente, en quienes están en situación de mayor vulnerabilidad y exclusión social ante tantas injusticias.

La lacra que cierne sobre nuestras islas que hace que tantos hermanos pasen dificultades pasa por la necesidad de una vivienda digna. Ponerse al servicio nos tiene que remover la conciencia y encontrar soluciones al problema de la vivienda que dificulta la integración y vivir dignamente sin sufrir la incertidumbre continua de verse en la calle. Todas las manifestaciones públicas de nuestra fe, todas las celebraciones de la Semana Santa y de la vida de un cristiano, nunca se pueden separar del compromiso de sentirnos llamados a ser discípulos, anunciadores de una Buena Noticia, de la Resurrección de Jesús que rompe con todas las ataduras del pecado y de las injusticias que tienen como consecuencia el sufrimiento de los demás. Celebrar la Semana Santa un año más pasa por ponernos al servicio de los más pobres.