Perdido en el tiempo
El día en el que no encontré las entradas era jueves. Las había sacado el día antes, en un raro e insospechado gesto de previsión. Y también porque el cine me pilla a pocos metros de la oficina. Llegué a la cola, me puse detrás de un señor con cierto parecido a Miguel Bosé y busqué en los bolsillos. En los míos, no en los de él. Nada. Hay un bolsillo destinado a las entradas de cine, igual que hay otro destinado a las llaves y otro más para el pañuelo. Comprobé si me había equivocado. Pero en mis pesquisas bolsillistas o bolsilleras solo hallé tres euros, un mechero, la tarjeta de visita de un abogado y un bolígrafo bic negro con la mitad de la tinta disponible. La mente se activó: podía apelar a la buena fe del taquillero. O intentar colarme. Decirle incluso al no Miguel Bosé si me colaba.
Podía también correr a comprar otra entrada, aún estaba a tiempo. Pero decidí burlar al destino. El destino me tenía preparadas dos horas sentado viendo una película de trama ágil y actores famosos pero yo iba a darme la vuelta y a aprovechar esas dos horas de agujero negro, esas dos horas en las que todo el mundo (¿mi perro?) creería que yo estaba en el cine. Creo que también se lo comenté a un compañero. Da igual: el orbe entero, la sociedad, la patria, mi familia, mis acreedores, el del bar al que siempre voy a esta hora, el sastre, todos, creerían que estoy en el cine. Disponía pues de una coartada genial. Ahora solo me faltaba por perpetrar alguna acción. Estaba delante de un bucle temporal, de un espacio inopinado, ignoto. Dos horas por delante. Dos y media si aún proyectaran el NoDo. Lo malo es que no iba a comer palomitas. Eso que le ahorraba a mi cintura. Que se divierta usted, le dije a mi antecesor de cola. Hacer cola juntos une mucho. Seguro que en alguna cola ha surgido un negocio o un romance, un viaje a Getafe, una merienda, un coito descafeinado o un pacto de sangre. Un sublevación, un libro, una discusión. Me miró con cara inexpresiva.
Me lancé a caminar. Traté de evitar las calles principales. Me sonó el teléfono. No podía cogerlo, estaba en el cine. No conocía el número. Tal vez fuese importante. No atiné a saber si mi yo del cine o mi yo de la calle debía contestar. No hice nada. El reconcome me duró casi las dos horas. No acerté a disfrutar del paisaje ni de sentarme a tomar un café. No maté a nadie ni cometí adulterio. No supe qué hacer con mi tiempo añadido. El tiempo sí sabe qué hacer conmigo.
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