‘Uep’ y que pasen un buen día

Mercè Marrero Fuster

Mercè Marrero Fuster

Me gusta la palabra mallorquina uep. No sé si catalogarla como vocablo o como expresión, pero sí sé que engloba un cúmulo de interpretaciones. Y todas ellas muy útiles. Desde el clásico saludo protocolario a un conocido lejano que te cruzas por la calle, hasta una manera de mostrar sorpresa e ilusión por toparte con alguien que te cae bien y que hace tiempo que no ves. Uep es a los saludos lo que una camiseta blanca a cualquier vestidor: un fondo de armario. Lo que en el lenguaje influencer diríamos que es un must have.

La gente que saluda me cae bien. Dar las buenas noches al vecino cuando coincides echando la basura en el contenedor es lo mínimo. O cuando te cruzas con un paseante en una calle estrecha. A mí me conforta decir ‘hola’ y que me respondan. Me pone de buen humor. En el vestuario del gimnasio, que es mi laboratorio sociológico en miniatura, tengo catalogadas a las mujeres por su manera de dar la bienvenida. Las que jamás escatiman en cortesía y, además, sonríen son el no va más. Hay otras que me agotan psicológicamente porque, a pesar de no conocerlas de nada y de encontrarnos en situaciones físicamente comprometidas, no sólo dan los buenos días, sino que, también, preguntan, opinan y comentan demasiado. La mayoría de veces en negativo. Que si tal profesor se ha saltado los abdominales, que si el equipo de limpieza parece que no ha pasado por las duchas o que si el chunga chunga de la música de la sala de máquinas es insoportable. Y las hay que, simplemente, no dicen ni mu y te castigan con su silencio. Éstas son, sin duda, las peores. Porque demuestran con claridad y nitidez su desdén hacia tu existencia. Y hacia el buen hacer.

Admiro a Meryl Streep por muchos motivos, pero uno de ellos es porque en los Premios Princesa de Asturias saludó con un baile a los gaiteros que le daban la bienvenida. Una educación clase y elegancia parecidas demostró tener Sigourney Weaver al nombrar y agradecer el trabajo realizado por la actriz que la ha doblado en sus películas, Maria Lluïsa Solà. La categoría personal se demuestra en los detalles más sencillos. Mi padre siempre saludaba. A todo el mundo y con el mismo respeto. Ésta fue, probablemente, una de sus mayores enseñanzas.

He leído que el 20% de los jubilados se plantea seriamente «desjubilarse» y volver a la carga. Algunos psicólogos y expertos en clima laboral loan y respaldan estas decisiones por considerar que las plantillas intergeneracionales son más productivas, colaborativas y tienen mejor rendimiento. Seguro que es así, pero lo relevante aquí es conocer por qué volver a los madrugones y a las jornadas maratonianas pudiendo disfrutar de todo el tiempo del mundo. Dicen algunos que necesitan sentirse útiles y responsables y otros admiten que vuelven para socializar, dejar de sentirse solos y hablar con alguien.

Una señora octogenaria con la que coincido paseando a nuestros canes respectivos me contó que su mascota le había cambiado la vida. Se sentía acompañada en casa y era una excusa para relacionarse con otras personas durante sus caminatas. «Es que ya ni el vecino del rellano saluda», me dijo. Yo me niego: ¡Uep y que pasen un buen día!

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