Los hombres siguen explicándonos cosas

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

A finales de enero, acudí a Málaga para ofrecer una conferencia en el Museo Carmen Thyssen. Me habían invitado a participar en el ciclo Miradas literarias, en el que “escritores y escritoras de reconocido prestigio reflexionan sobre la relación entre la literatura y la pintura a través de las obras de la Colección permanente”. Se trataba, por tanto, de que eligiera un cuadro de los que pueblan esa pinacoteca y a partir de él, de lo que en él viera, inventara una historia. Escogí ‘La lectura. Aline Masson’, de Raimundo de Madrazo y Garreta (1841-1920), donde el pintor español retrata a quien fuera su musa durante dos décadas (su nombre aparece en el título de la obra), objeto de una obsesión que no fue sólo pictórica.

Mi elección tuvo mucho que ver con el tema que, aparentemente, ilustra el cuadro, la lectura, pero también con el trasfondo de la pintura, ese reverso que ha motivado la muy recomendable exposición que hasta el 3 de marzo puede verse en el Museo del Prado: el artista tras el lienzo. Me interesaba contar la relación entre el pintor y su musa, no la real, sino la que yo imaginé para ellos y, sobre todo, para ella, liberada, en mi traviesa mente, del yugo del sometimiento.

De ese modo, me atuve a la vida de Aline Masson, a sus orígenes como hija del portero de un ilustre edificio en el París de finales del XIX (nótese el paralelismo con la Sabrina de Billy Wilder), y me concedí la libertad creativa de inventar su final. Imaginé (menuda osadía la mía) que el libro que la musa lee en el cuadro es ‘Madame Bovary’ y que, al ser abandonada por el artista, se atreve a coger los pinceles y termina saliendo de los cuadros para pintarlos ella misma.

Al acabar la conferencia, se abrió un turno de preguntas que inauguró un señor al que no fui capaz de poner cara debido a mi galopante miopía. Más que una cuestión, me trasladó una corrección, una aclaración, una objeción, en definitiva, a lo que yo me había inventado: “Dudo que la hija de un portero leyera en aquella época a Flaubert”. Vaya, qué descaro, atreverme a imaginar... Menos mal que estaba allí él, dispuesto a ejercer su maestría, añadiendo un capítulo más al libro de Rebecca Solnit ‘Los hombres me explican cosas’.

Condescendencia. Fue en ese ensayo, publicado en España en 2017, en el que la escritora estadounidense acuñó el neologismo mansplaining, que combina los términos man (“hombre”) y explaining (“explica”) y describe el frecuente fenómeno que se produce cuando un hombre, de manera condescendiente, le explica algo a una mujer con la certeza de que siempre sabrá más que ella, aunque ella sea una experta en el tema.

En el libro, Solnit rememora, como ilustrativo ejemplo, lo vivido en una cena en la que un desconocido le habló de un libro fascinante que había leído, ignorando, pese a que se lo habían aclarado al comienzo de la charla, que la autora era ella. Sería desopilante si no describiera una realidad a la que las mujeres nos seguimos enfrentando a diario.

“Cuando un compañero, amigo, pariente, jefe o profesor me corta mientras hablo (…) presiento que la interrupción no acaba ahí, que algo está ocurriendo en un plano más profundo; y creo presentir bien. Cada interrupción o apropiación del espacio bebe de una misma charca, están todas conectadas y remiten, independientemente de la intensidad o intencionalidad del caso concreto, a una realidad subyacente, fundamental, a ese magma sucio que lo abarca todo”. Lo escribe Amanda Mauri en ‘Museo de las ausentes’, un ensayo fabuloso que es, además, una experiencia de vida.

Porque todas hemos pasado y pasamos por ello. Hasta Siri Hustvedt, que en un encuentro literario con Karl Ove Knausgård tuvo que escuchar cómo éste reconocía que para él las escritoras “no son competencia”. Tal vez la única forma de intentar evitar un futuro de mansplaining sea asimilar esta verdad que Hustvedt refleja en ‘La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres’: “Si buscas tu valor en los ojos de otros hombres, claro que las mujeres no importan. Da igual lo brillantes que sean; simplemente quedan fuera de la ecuación”. Saquémosles de nuestra ecuación, despejemos, por fin, esa incógnita.

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