Para empezar

Una naranja que navega 8.000 kilómetros

@ JosemiLRomero

José Miguel L. Romero

José Miguel L. Romero

En los alrededores de mi barrio hay una extensa finca que queda alfombrada de caquis cada otoño. En invierno son miles las naranjas esparcidas por el suelo de otro terreno. Nadie las recoge porque no es rentable. Hay para alimentar a todo el barrio. Sus habitantes las compran en supermercados donde las traen desde Marruecos o Sudáfrica. Las bananas que comen son de Costa Rica. Hasta este país centroamericano hay 9.000 kilómetros en línea recta. Hasta Ciudad del Cabo, unos 8.000. Y aun así resultan más baratas que las naranjas ibicencas o de Valencia, donde tampoco las recolectan ya. No es de extrañar, pues, el hastío de los agricultores, los de aquí, los de la Península y los franceses. Primero, porque a ellos les someten a un estricto control fitosanitario que se obvia en el caso de sus competidores. Segundo, porque es incomprensible, realmente estúpido, que la Unión Europea sea tan quisquillosa con la emisión de gases de efecto invernadero de sus ciudadanos pero se la refanfinfle el CO2 producido para enviar una sola naranja desde el extremo sur de África o una banana desde el Caribe. Es paradójico que se exija al campo que reduzca a cero las emisiones de aquí a 2040 mientras se fletan aviones, barcos o miles de camiones que usan combustibles muy contaminantes para traer hasta Ibiza lo que ya cultivamos y que se nos pudre en el campo.

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