desde la mola

Robos sin pedigrí

Valentín Villagrasa

Valentín Villagrasa

Recuerdo la expectación que despertó el famoso robo del Tren de Glasgow, incluso se hicieron películas ‘basadas en hechos reales’. Sus autores acreditaban cierta admiración entre los ‘antisistema’ de la época. No me extrañaría que hubiera inspirado alguna de las revueltas del mayo del 68. Le dedicaron relatos, canciones, poesías y odas a los Robin Hood del 63. Últimamente el mundo del robo de prestigio se centra en la ficción. Netflix nos trajo la ‘Casa de Papel’ donde la pericia, la inteligencia, pero sobre todo la preparación del delito entusiasmó a tirios y troyanos. Creamos héroes, condenables según la legislación vigente, pero que la calle indulta desde el primer minuto. Otra cosa es lo que se está viendo en estos últimos días en nuestra isla ‘paradisiaca’. Los robos a comercios se han convertido en el tema estrella de las tertulias de bares (los pocos que están abiertos) y otros lugares de culto a la palabra. Robos de piedra y martillo pilón que causan destrozos y balances negativos en las pólizas de seguro, con escaso botín y alto coste en nervios de los propietarios.

Empezamos, según la prensa, en el súper de Es Cap, luego en la gasolinera de Sant Ferran… total cuatro duros y unas botellas para pasar el susto y bajar adrenalina. Cuando generábamos dosis de tranquilidad con la detención del presunto autor, salta la noticia del robo en Sa Pizza y en la Librería Tur. Las formas, parecidas, piedra contra el cristal y corre que me las piro. Me dicen que incluso los vecinos lograron grabar la huida del caco dejando regueros de monedas en la ‘escapada’. La escena, en una película de Charlot, hubiera hecho las delicias de aquellos años 20 del cine mudo. Hoy este tipo de actuaciones, por cutres que sean, crean una alarma social ‘justificada’ en un lugar donde casi todos nos conocemos y donde la tranquilidad del invierno es uno de sus bienes más preciados. Después están las consecuencias de una legislación laxa en materia de hurtos. Aquí aparecen sentimientos encontrados en personas con sólidos principios (un ‘pobrecitos’, solo es una gamberrada) sobre la pena a estos rateros de andar por casa. Principios que suelen quebrarse cuando el delito es de proximidad, vamos, que te toca a ti. Ahí aparecen las necesidades de mayor dureza en el castigo. Todo esto aderezado con aquello que parece un chiste de mal gusto, pero que es la cruda realidad. Llega antes el delincuente (en libertad con cargos) desde Ibiza que el guardia civil que lo ha puesto a disposición judicial. ¿A que les suena?