Un museo para los olvidados

La semana pasada el Ayuntamiento de Eivissa inauguró la exposición ‘Antoni Marí Ribas, Portmany (1906-1974)’, que rinde homenaje al genial dibujante, fallecido hace ya medio siglo. Portmany solía apostarse en el rastrillo y, mediante trazos de tinta china, que esbozaba usando una astilla de caña a modo de cálamo, inmortalizaba los pailebotes de línea que arribaban a puerto, las payesas que acudían al Mercat Vell y muchas otras escenas cotidianas de una ciudad que ya no existe. Todos los que le vieron pintar dicen lo mismo: tenía una habilidad insólita.

Hay que felicitar al consistorio por esta iniciativa de reconocimiento a un artista extraordinario y fecundo, cuya obra aún sigue presente en montones de hogares ibicencos. La concejala de Cultura, Carmen Domínguez, declaró durante la inauguración que «las instituciones de Ibiza le debían un homenaje a Portmany». Efectivamente, a este artista se le adeuda un protagonismo mucho mayor y, aunque esta exposición trata de compensarlo, su fecha de caducidad expira en menos de un mes, recordándonos a otras del pasado, como, por ejemplo, cuando se celebró el ‘Año Portmany’, en 2006, coincidiendo con el centenario de su nacimiento. Transcurridas estas semanas, volverá a sumirse en el olvido.

La amnesia relacionada con Portmany no es un caso aislado. Desde el punto de vista del arte plástico, el siglo XX fue extraordinariamente fecundo en Ibiza. La isla alumbró docenas de pintores y también escultores, y a los oriundos se les sumaron otros venidos de fuera, procedentes de distintos continentes, que enriquecieron este legado y fomentaron una convivencia artística que generó nuevas vanguardias. Una pizca de todo ello forma parte de la colección permanente del Museu d’Art Contemporani, pero sólo una pizca.

Ya va siendo hora de que las instituciones encuentren la manera de otorgar a nuestros artistas plásticos la importancia que merecen, dando forma a un museo que exhiba una colección permanente con algunas de sus mejores obras, independientemente del estilo en que se enmarquen, y al alcance de todos los ibicencos, incluidas unas nuevas generaciones que nunca han oído hablar de Portmany y los demás. Un centro expositivo que trabaje para reunir donaciones de las familias de los artistas y los múltiples coleccionistas que van desapareciendo y cuyos herederos no saben muy bien cómo gestionar este legado, que incluso disponga de un presupuesto para adquisiciones y que ofrezca una visión de los distintos movimientos y artistas surgidos en la isla, las galerías de arte que los impulsaron y los mecenas que los recopilaron.

Hace ya veinte años, falleció uno de los mayores coleccionistas de arte que han existido en Ibiza. Se llamaba Ramón Medina Ribas (1928-2004), ejerció toda su vida de contable y llegó a comprar más de 400 cuadros. Era soltero y vivía en un piso de la Vía Púnica, donde acumulaba montones de obras, incluso apiladas en el suelo. Al fallecer, Carmen, su hermana y heredera, nos pidió a algunos familiares que le ayudáramos a inventariar la colección. Acabamos confeccionando un catálogo con más de trescientas obras, sólo con el material que acumulaba en su domicilio. Nos consta que había prestado a amigos y familiares muchas otras piezas para que las lucieran en sus hogares.

Aquella colección se ofreció al Consell Insular, pero entonces aún coleaban las consecuencias de la crisis económica anterior y además hubo otros factores que impidieron que la operación fructificara. Medina tenía montones de cuadros de Portmany, incluso óleos y acuarelas de su primera época, pero además fue amigo íntimo de Vicent Calbet y reunió docenas de sus obras, al igual que innumerables lienzos de Antoni Pomar, Vicent Ferrer Guasch, Josep Marí, Bartomeu García Tur –felizmente reaparecido estos días–, Bartomeu Mayans Kennedy, Puget padre e hijo, Mariano Tur de Montis, Adrián Rosa, Chico Prats, etcétera. También de foráneos que se establecieron en la isla, como Valdemar Boberman, Matsuda, Sarah Nechamkin, Laureà Barrau, Leslie Grimes, Stafforini, Jussara, Ismael Blast, Rigoberto Soler, Taylor, David Gold, David Walsh… Hasta conservaba una preciosa colección de cerámicas de Toniet y de dibujos de Gabrielet.

Son solo algunos de los autores ibicencos de nacimiento o adopción, que, sin duda, merecerían formar parte de un espacio museístico y que, en parte, no están representados en ninguno. Y hay otros muchos a los que Ramón no conocía o no coleccionaba por falta de espacio, como Antonio Hormigo Escandell, cuyos familiares aún conservan docenas de piezas colosales esperando a que alguna institución las adquiera y exhiba.

Crear un museo de pintores y escultores ibicencos es un proyecto enorme, ambicioso y costosísimo, que incluso requeriría la construcción de un nuevo edificio emblemático. Éste podría situarse en un municipio como Sant Josep, Sant Antoni o Sant Joan, que carecen de una oferta museística de estas características. No se me ocurre mejor manera de invertir fondos culturales que en la recuperación de este irrenunciable legado.

@xescuprats

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