Para empezar

El mejor regalo, relativizar

Los mejores regalos son aquellos que no se esperan. Uno ya deja pasar los días, sobre todo el de Reyes, con la triste certeza de que no recibirá nada. A lo sumo, algún detalle del típico amigo inocente que no es del todo consciente de que el regalo es él. De esos escasean, aunque yo pueda presumir de tener unos cuantos. El Día de Reyes fue especial para miles de niños que ahora pueden disfrutar por primera vez, por ejemplo, de la sensación de libertad y falsa madurez que produce conducir a toda velocidad la primera bici en un mundo enorme que en pocos años les parecerá chiquito. (Recuerdo el día en que me adelantó el primer coche cuando iba en mi reluciente bici con mis dos hermanos, en la calle Bartomeu Vicente Ramón, camino del Club de Campo). Son detalles que pasan inadvertidos, pequeños regalos que no se valoran, como poder abandonarte, rendido, al sofá frente a la tele, bajo un techo, cuando fuera hace un frío que pela; recibir consejo y apoyo de tu entorno cuando lo necesitas o regalarte una escapada de dos días sólo porque estás «estresado» por los nimios problemas del primer mundo. Para mí, el mejor regalo del Día de Reyes fue la lluvia, que no pudo evitar la sonrisa de los más pequeños y que hizo sonreír al campo, tan necesitado de agua. Se llama relativizar.

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