Suspenso en educación sexual

El cardenal Omella, presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), dedicó siete de los 36 minutos del discurso inaugural de la 123ª Asamblea Plenaria de la CEE a disertar sobre el “gran reto en la educación afectiva y sexual de los niños, adolescentes y jóvenes” y de como “el país no ha acertado con ella”. Solo cuando llegó a la mitad de su alocución, abordó el tema de los abusos sexuales en la Iglesia.

El guion se ajustaba a lo expresado desde la publicación del informe del Defensor del Pueblo: petición de perdón, vergüenza y disposición a reparar el daño causado. Pero también indignación por la extrapolación de los datos de la encuesta y la necesidad de enmarcar los abusos cometidos en el seno de la Iglesia con los perpetrados en el resto de la sociedad.

“Uno de cada cinco niños en Europa ha sufrido abusos”, subrayó Omella, “la mayoría de los abusadores son familiares o personas cercanas a la víctima”, recalcó. La cifra procede de la campaña ‘Uno de cada Cinco’ del Consejo de Europa. En ella se recogen todas las formas de violencia sexual ejercidas sobre niños y niñas. Desde abuso sexual, a pornografía o prostitución infantil.

Es cierto que todos los estudios señalan que la mayoría de los abusos sexuales a menores los protagonizan personas de su entorno más inmediato. La denuncia es difícil. Por la presión familiar o por la llamada amnesia disociativa, cuando el trauma busca el refugio de la desmemoria. Sí, los casos de pederastia abundan entre los muros de los hogares, pero ese marco no diluye la culpa de la Iglesia.

La Iglesia no es una empresa ni una institución cualquiera. La Iglesia se erige en guía moral. Su influencia atraviesa los poros de la piel, se cuela más allá de la razón y pretende regir la vida incluso más allá de la muerte. Depositaria de unos privilegios seculares, dotada de un poder que trasciende lo terrenal, tiene una evidente ascendencia sobre la vida de millones de personas. Los abusos fueron cometidos por individuos en concreto, pero fue el encubrimiento de la institución el que, de algún modo, los ‘bendijo’. Al no condenarlos públicamente, al no atender a las víctimas, dotó a la agresión de una naturaleza permisiva.

La CEE concluyó con el anuncio de la elaboración de un plan de reparación integral a las víctimas que incluya indemnizaciones y una promesa de mayor transparencia en las investigaciones. Mientras tratan de avanzar hacia la dignidad, podrían abstenerse de aleccionar sobre educación sexual. Han suspendido categóricamente esa asignatura.

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