Para empezar

Toni Costa y la presunción de impunidad

«El amor es ciego, la amistad cierra sus ojos», y te coloca a dedo en un cargo público. Nietzscheano a su pesar (o no), nadie le negará a Toni Costa la virtud de ser «amigo de sus amigos». Alguien capaz de arriesgar una prometedora carrera política (el «mejor activo del PP») para rescatar a un afecto ominosamente expulsado de la universidad por agresión sexual y ofrecerle un colchón de 57.000 euros anuales, en la confianza de que algo tan «nimio» y normalizado como intentar besar y lamerle la cara a una mujer por la fuerza (y de propina, arrearle un puñetazo al policía que le fue a detener), no llegaría a juicio. De emular (en su caso, durante cuatro meses) a la asamblea de la RFEF que ovacionó a Rubiales, despreciarla a ella y «creer a pies juntillas» lo que le contó su protegido pese a que clientes y empleados del restaurante vieron el abuso. Otra ‘lagarta’ que miente y exagera. De manual. Ahora, cuando el escándalo estalla, el vicepresidente del Govern reconoce que se equivocó y consiente, al fin, en pedir disculpas a la víctima. Pero me indigna que se excuse recordando las excarcelaciones de la ley del ‘solo sí es sí’ o la prostitución de menores tuteladas. ¿Qué pasa? ¿Que a las mujeres nos tienen que dar por todas las bandas? Las responsabilidades también se las estamos exigiendo las que denunciamos aquello. Y en cuanto a los que se lanzan en tromba a defender a Toni Costa, les preguntaría si harían lo mismo si quien hubiera fichado como alto cargo a un acusado de agresión sexual a sabiendas no fuera de los suyos. No se engañen, con testigos, su presunción no era de inocencia, sino de impunidad. La que las mujeres llevamos una vida sufriendo.

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