Para empezar
Antiguos salineros, nuevos salineros
«¡Que vida tan dura!», exclama una de las asistentes a la ‘Fira de la sal’. Contempla la colla de salineros por un día con los pies en el estanque, a pleno sol, cargando pesados cestos sobre sus cabezas y dando viajes a una mula imaginaria y no puede evitar que el horror se pinte en su rostro. Sobre todo cuando al capataz de la recreación, Vicent Marí Palermet, dice que se pagaban dos pesetas por una tonelada de sal y el historiador Antoni Ferrer Abárzuza menciona que hasta el siglo XVII en las salinas de Ibiza hubo esclavos. Es horrible pensar en el día a día de aquellos hombres. La pesada carga del día, la penuria económica, la dureza del trabajo, la desigualdad... Escucho ese «¡qué vida tan dura!» de la mujer que contempla la recreación de la cosecha de la sal y por un momento estoy tentada de sumarme a él. Pero entonces me vienen a la cabeza las personas que, en esta isla, viven en coches o campamentos, las que se pasan sirviendo en bares y restaurantes de sol a sol, las que tienen que salir adelante en la isla del lujo con poco más de mil euros, las que hacen encaje de bolillos para conciliar, los que hace años que no se toman un respiro... ¡Qué vida tan dura! Las de los antiguos salineros y las de los nuevos salineros. Aunque no carguemos sal sobre nuestras cabezas.
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