Puritanos

Daniel Capó

El ensayista neerlandés Rob Riemen nos habla en su reciente ‘El arte de ser humanos’ (Ed. Taurus, 2023) de un concepto de la Rusia soviética que desconocía: la skloka. Olga Freidenberg, prima del escritor Boris Pasternak, la define así: «[Skloka] representa una hostilidad básica, trivial, es la cizaña maliciosa que opone una camarilla a la otra, es la más malintencionada amoralidad que promueve intrigas mezquinas. Es denuncia, difamación, espionaje, intriga, siembra de sospechas, la ignición de bajas pasiones entre unos y otros. El nerviosismo extremo y la degradación moral hacen que un grupo se enfurezca con otro. Skloka es la condición natural de la gente que ha sido incitada a atacar a otros, que ha vuelto sin remedio a un estado semisalvaje y que ha sido enviada a la cámara de tortura. Skloka es el alfa y la omega de nuestra política. Skloka es nuestra metodología». En su libro, Riemen recoge esta definición y la traslada a la actualidad. «Skloka –señala– es lo que caracteriza a la élite intelectual de nuestros días. Son intelectuales transformados en puritanos». Otros diría que son los haters que pueblan las redes sociales: practicantes del odio, fanáticos de la mirada ideológica, divisores de la sociedad. Herencia del sectarismo soviético, la skloka tiene plena vigencia en nuestros días. La incesante propaganda política es el mejor ejemplo de ello.

En realidad, ya casi todo ha sido inventado. A lo largo del siglo XX, por ejemplo, bajo el signo de los totalitarismos. Tanto da el fascismo como el comunismo: con el uso de la propaganda de masas y el cultivo del resentimiento, las élites enfrentaron a los pueblos; frecuentemente, contra sí mismos. La rigidez constituye una señal evidente de esta pulsión. Los matices desaparecen y, cuando esto sucede, se diluye la humanidad. Victor Klemperer analizó con precisión el efecto de las mutaciones en el vocabulario a la hora de engañar a los ciudadanos. Palabras clave (democracia, nación, parlamentarismo, derecho, justicia…) dejan de tener su significado convencional para pasar a designar algo muy distinto. La confusión limita nuestro horizonte moral y nos convierte en víctimas de la manipulación de las emociones. Musil, el escritor austríaco muerto en 1942, nos consideraba desheredados, precisamente porque conocía los efectos que sobre la moral común tiene la ausencia de unos referentes claros y anclados en la verdad de la condición humana. El primer objetivo de la skloka, al lanzarnos a los unos contra los otros, es negar la hermandad universal de todos los hombres, esa verdad última que nos define: somos hijos y hermanos antes que padres y, por tanto, seres dependientes y necesitados antes que identidades encerradas en sí mismas.

«Los puritanos –sostiene Riemen– siempre

son los peores fanáticos, con sus nociones rígidas del bien y el mal». Hay que aprender, por tanto, a amar la impureza. Y también la imperfección, que es el arte de lo posible. Siempre resultará preferible una democracia imperfecta a otra utópica o sedienta de poder. Siempre resultará preferible una democracia consciente de sus limitaciones a otra cínica o frívola. Huir de los puros y de los sectarios supone casi un deber democrático. Los populismos se alimentan de la ira y no de la comprensión. Hay que protegerse de las artimañas de la skloka antes de que corrompa la convivencia y nos convierta en rehenes de los que sólo saben afirmarse excluyendo a los diferentes.

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