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De aquel otro septiembre

En la Ibiza rural y marinera que definitivamente hemos arrinconado en la memoria, septiembre era el mes que mejor descubría la fecundidad de la tierra que, tras las mieses de julio, agostada y exhausta por el brutal estiaje, antes de abandonarse al letargo otoñal, se despedía con una imponderable bendición de cosechas que ayudaban al payés a enfrentar el invierno. Maduraba y engordaba la aceituna, reventaban de frutos las higueras y rendían cuentas los almendros, los algarrobos y las viñas que, si acompañaba la bonanza, daban caldos vigorosos: Setembre assolellat, bon vi assegurat. Y no faltaban verduras y frutas: «N’eren collidores les pomes, les prunes, les peres, els codonys, les magranes i les figues de pic o de moro». Y en tiempos, también se recogía la poderosa pota.

En septiembre, también el mar ayudaba. Nos regalaba la sal si no la aguaba la lluvia. Y tras pesca doméstica del exquisito raor, acabava la nansa i començava la xarxa. El único problema estaba en las turbonadas que, en puertas del otoño, daban algún susto a los faluchos que navegaban a força de sang i vent. De aquellas vivencias viene el dicho, «tomba el mar i tomba el cel per Sant Miquel».

En cualquier caso, el pescador de oficio distinguía bien ocio y negocio: «Setembre passant, deixa la mar per navegar, però no per pescar». Y acababa el mes con una catarata de fiestas, el día 8 en la parroquia de la Mare de Déu de Jesús; el día 21 en Sant Mateu d’Aubarca y el día 29 en San Miquel de Balansat. Y no faltaban rifadors, coques de pebreres, flaons, mel de frígola, xereques, oreietes i un bon porró de vi pagés. Con aquellas celebraciones se nos iba el verano.

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