Para empezar

Playas libres de música, por favor

Mucho anunciar playas libres de humo, pero... ¿Para cuándo playas libres de música? ¿Dónde ha quedado lo de ir a la playa y poder escuchar el mar (la Mar)? Los altavoces se han impuesto al sonido de las olas. Hasta hace poco, con buscar una que no estuviera colonizada por un beach club era suficiente. Ya no. Da igual donde vayas. La música te persigue hasta el último rincón pedregoso y escarpado de la costa. Hasta ése en el que apenas puedes colocar una toalla en la que sentarte de medio lado. Hasta ése en el que casi te dejas la vida para alcanzar. No importa. Cuando llegues, o quizás un poco más tarde, cuando te creas que has encontrado un pequeño paraíso de sol y sal, allí aparecerán. En grupo o en solitario. Y pondrán su música. Sin auriculares, claro, porque ni se plantean la posibilidad de que alguien no quiera escuchar su música, ni se les pasa por la cabeza que estén violentando tu espacio íntimo auditivo. Y da igual si es chumba chumba, reguetón o el Arabesque nº1 de Debussy interpretado por Isao Tomita. Porque lo que quieres es escuchar el mar. Aunque sea entre el cacareo de la chiquillería y la conversación casera de los de la sombrilla de al lado. Lo que quieres es escuchar la playa. No la música del chiringuito o del vecino de arena. Si quisieras música, te la pondrías tú misma. Con auriculares, por supuesto.

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