Dejamos caer a Jenny

Y, al final, la responsable de todo es ella, Jenni. Y su nombre es sabido por todos. Y la atención se centra en lo que dice, en lo que no dice, en cuándo lo dice, en lo que dicen otros por ella. Finalmente lo consiguen, la presión causa efecto y a través de una agencia se pronuncia. Esto es lo que ha pasado. ¿Cómo hubiera sido en una sociedad, me gustaría decir, normal? ¿En la que el respeto hacia las víctimas de cualquier tipo de abuso machista no permite, ni por asomo, cargar con ningún tipo de responsabilidad a la persona que ha sufrido la vejación en sí?

Rebobinamos. Volvemos al domingo de la final del mundial femenino de fútbol, cuando empiezan a surgir voces que denuncian el comportamiento de Rubiales una vez la imagen salta a todas las pantallas. Y el guion sigue de esta manera. Ella no aparece mencionada en las redes sociales, el nombre que figura es el de la persona que agrede, desde luego nadie se refiere a ella por su nombre de pila y en la misma frase a su agresor por su apellido, las tertulias de los días siguientes en ningún momento se centran en nadie que no sea él, pero sobre todo y por encima de todo, nadie espera que la víctima diga o deje de decir nada sobre el asunto, mucho menos que se le cargue con el peso de ser quien decida si el otro merece o no la condena. Volvemos a la realidad.

A la España en que cabeceras deportivas que se encuentran entre las más importantes del país llegan a titular «Jenni deja caer a Rubiales». Y mientras esto suceda, nada de lo que hagamos importará, porque el sistema que defiende a Jenni no puede ser el mismo que la hunda. Las víctimas siempre deberían estar por encima de todo.

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