La historia de un sueño cumplido

Esta historia comienza con una niña caminando de la mano de su abuelo, a su sombra, bajo su amparo, también en las pasiones que tantas veces son parejas a los desvelos. Esa niña, a la que no le gustaban las muñecas, pero sí el fútbol, descubrió pronto que el equipo de su vida, heredado, claro, de su abuelo, era el que llevaba la camiseta rojiblanca. Y esa equipación, la del Atleti, le regalaron a esa niña por su cumpleaños en cuanto sus padres comprendieron que no había forma, ni manera, de quitarle aquella ilusión que le chiflaba, pese a que con ella sufría igualmente, lo pasaba mal, para qué nos vamos a engañar.

Era eso, sufrir, lo que el abuelo de esa niña hacía cada vez que ponían por la tele, con el volumen bajado para no escuchar a los comentaristas siempre parciales, un partido de aquel equipo que un día se llamó Atlético Aviación, como demostraba el carné que encontró rebuscando en el cajón de los trastos, donde su abuela guardaba las estampitas de las comuniones y los bautizos de su amplia familia. De memoria consiguió aprenderse aquella niña los nombres de los once jugadores titulares de ese equipo, y los correspondientes dorsales que llevaban impresos en sus rojiblancas camisetas: Abel, Tomás, López, Solozábal, Soler, Vizcaíno, Schuster, Donato, Moya, Futre y Manolo. Y a gritos los animó, al lado de su abuelo, sin soltar su mano, el día que, en el estadio Santiago Bernabéu, lograron vencer, en la final de la Copa del Rey, al Real Madrid, su rival y bestia negra.

Pero a esa niña, que fue muchas más veces a ver jugar a su equipo, ya en el Vicente Calderón, con la peña que tenían en el pueblo y que su abuelo presidía, le extrañó siempre, o tal vez fuera dolor, rabia contenida por innominada, que aquellos jugadores a los que idolatraba, a los que buscaba en los cromos que compraba cada domingo en el quiosco, cuyos pósteres colocaba en las paredes de su habitación, no fueran chicas, tal vez ella, al cabo del tiempo, ya que le pirraba jugar al fútbol tanto o más que verlo. Fueron pasando los años, se camuflaron en décadas, aquella niña creció, su abuelo murió, y el fútbol se convirtió en un negocio del que se fue distanciando, pues poco le divertía ya.

La ilusión con que esta historia había comenzado se tiñó del prefijo -des hasta que la niña, ya mujer, empezó a ver que una nueva generación de deportistas jóvenes, futbolistas, ciclistas, atletas, jugadoras de baloncesto, de balonmano, habían podido cumplir el sueño que ella tuvo en su infancia. Entonces, la mujer que un día fue niña se propuso memorizar los nombres de las jugadoras de la selección femenina de fútbol para poder corearlos con el mismo ímpetu con el que un día gritó los de Futre y compañía: Cata Coll, Ona Batlle, Irene Paredes, Laia Codina, Olga Carmona, Teresa Abelleira, Aitana Bonmatí, Alexia Putellas, Alba Redondo, Mariona Caldentey y Jenni Hermoso. Y eso hizo mientras veía la ya histórica semifinal del mundial de fútbol femenino, pensando en su abuelo, en esa mano que un día tuvo que soltar. Al acabar, afónica, se sintió feliz, orgullosa de todas ellas, referentes hoy de tantas niñas que llegarán a ser mujeres como la que ha escrito estas líneas.

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