¿Un mal verano?
Ana Castro
Que el verano ya no es lo que era es tan obvio como doloroso: hemos crecido y todos los veranos de nuestra infancia, los que conformaban el imaginario del «verano», con sus colacaos con grumitos, sus sándwiches de nocilla y la abuela como protagonista principal han pasado al terreno de arenas movedizas de la nostalgia. Y luego está el maldito cambio climático que no para de enfurecer las temperaturas -y nuestro propio ánimo- haciendo aún más difícil la supervivencia (sin aire acondicionado ni presupuesto para una factura de la luz decente) en esas horas de persianas bajadas en las que se detiene el tiempo y nuestro cuerpo, nos baja la tensión y todo es siesta, espera, lectura o intentar que nos salve una película el día.
Tengamos o no vacaciones, al menos en esas horas muertas debería haber en casa un acuerdo tácito de silencio (que respetaran gatos, perros y vecinos) que nos ayudara a sanarnos un poco por dentro de todo el malestar que llevamos arrastrando en los últimos meses y al que no hemos tenido ocasión de prestar atención. Tiempo de autocuidado, autorreflexión, mimarse mucho... En definitiva, intentar salvarse de miedos, fantasmas y jodiendas de la vida. O de ti misma, simplemente.
Revisitar nuestros clásicos particulares siempre tienta, también dejarse llevar por la mierda que nos consume... ¡Si ni siquiera hay este año en Córdoba cines de verano que nos romanticen las noches! Y el maldito granito que absorbe todo el calor del día y lo expulsa por la noche cuando intentamos airearnos dando un paseo o tomando algo fuera. Más nostalgia e injusticia.
Un amigo me decía hace poco que hay veranos buenos y malos. ¿Puede ser que esté teniendo un verano realmente malo y que por eso este artículo suene tan derrotista? Que sólo conciba que es para irse todo lo lejos que puedas de ti misma (si es que puedes, física y mentalmente) o para darlo todo en las verbenas y fiestas de los pueblos. ¿Por qué? Porque en ese casticismo quizás sí que sobresalga la esencia de lo que éramos tiempo atrás cuando la vida no era tan compleja y porque allí, a veces, si cerramos los ojos y nos dejamos llevar por la música nos sentimos... un poco libres, auténticos. Y puede que eso sea mucho más de lo que podamos decir el resto del año.
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