Nacionalismo español ‘vs.’ periférico

Las elecciones legislativas han vuelto a mostrarnos una foto que tiene más que ver con el debate a siete de la campaña electoral que con el cara a cara de Feijóo y Sánchez. Es verdad que ha habido un reagrupamiento en torno al bipartidismo, sobre todo porque el Partido Popular venía de una disminuida representación desde la primera convocatoria de elecciones en abril de 2019, perdió 71 diputados y se quedaron con 66 representantes, que remontaron a 89 en la repetición de noviembre. El aumento del grupo parlamentario venía descontado en esta convocatoria, acercándose más a su trayectoria histórica.

Los dos grandes partidos de ámbito nacional resisten a la aparición de los nuevos, a sus crisis internas, incluidas las de la corrupción, y son piedra angular de nuestro sistema político, pero también lo son los partidos nacionalistas periféricos, que con algún cambio de nombre son fuerzas habitualmente hegemónicas en sus territorios a derecha e izquierda, porque los hay de las dos grandes corrientes, uniéndoles identidad, pero separándoles orientación ideológica. Cerrar los ojos a esa parte del país no ayuda a generar un marco político común; bien lo sabe Mariano Rajoy, que con su inacción frente al asalto del hasta hacía poco moderado Artur Mas llevó a la aplicación del 155 en Cataluña.

ERC también conoce el pago de la colaboración; ha perdido seis diputados por el camino, mientras que Junts, menos proclive a la colaboración con el Gobierno central, se ha dejado sólo uno. Así, el voto nacionalista catalán, por incomparecencia esta vez, es el resultado más bajo en cuatro décadas, solo el 28% del voto total. La política del Gobierno PSOE-Unidas Podemos contribuyó a apaciguar el ambiente, incluidas las reformas del Código Penal y el indulto a los líderes independentistas condenados y encarcelados, pero una corriente política tan imbricada en el país no sólo puede ser ignorada o reprimida. Y la gestión de las identidades no se consigue a base de transferencias de competencias; esa parte emocional de la política sólo entiende de ese mismo lenguaje.

El Plan Ibarretxe presentado en 2005 quedó reducido a nada, con exclusivamente el apoyo de los 29 votos de los partidos nacionalistas periféricos a excepción de CHA, que votó en contra. Pero el derecho de autodeterminación sigue presente como una reivindicación en ese territorio español, con las fuerzas abertzales sin competencia posible. Bildu y PNV han empatado a cinco escaños en una competición abierta por alcanzar la Lehendakaritza en las próximas elecciones vascas. Este nacionalismo también existe, y además de demonizarlo por algunos, deberíamos saber hacer algo más.

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