Diario de Ibiza

Diario de Ibiza

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Prats, Xescu

Las favelas de sa Penya

Sa Penya es el vivo ejemplo de las consecuencias prácticamente irreversibles que representa descuidar o incluso abandonar un barrio. Si un arrabal no se mantiene vivo y bien estructurado, y se hacen respetar las normas de convivencia, acaba convirtiéndose en un gueto que arrastra a todo el vecindario hacia una interminable espiral de ruina y conflictividad.

Rara es la vez que sa Penya aparece en los medios de comunicación en páginas distintas a las de sucesos. Muy de tanto en tanto, cobra protagonismo algún edificio restaurado y reconvertido en viviendas de protección oficial por el Ayuntamiento, o alguna actividad coyuntural en la Casa Broner, que viene a ser como un pequeño oasis en este desierto de lumpen. Sin embargo, dichas noticias son la excepción; lo habitual son redadas policiales, detenciones, sobredosis, precipitados por el acantilado, vertidos de basura en la orilla de Baix sa Penya y demás asuntos igual de inquietantes.

Así ocurrió la semana pasada, cuando una nueva operación policial, de estas que se desarrollan de higos a brevas, culminó con once detenciones por tráfico de drogas y la incautación de un kilo de cocaína y algunos gramos de heroína. Los policías accedieron a una narcovivienda, en cuyo interior los traficantes permitían a los toxicómanos consumir droga, y otro inmueble que se empleaba como almacén para esconder y custodiar narcóticos.

Salvando las distancias, a mí sa Penya me recuerda a las favelas de Río de Janeiro, que han crecido como un foco de miseria, fealdad y conflictividad social, en paralelo a una ciudad próspera, atractiva y abierta al mar. Ambas barriadas, aunque los índices de delincuencia sean mucho más salvajes en la capital brasileña, donde se producen asesinatos a menudo, comparten algunas características que las definen: el miedo a aventurarse por sus calles de aquellos que no residen allí e incluso por parte de quienes sí lo hacen pero se mantienen al margen de los clanes de la droga, la degradación de los inmuebles e infraestructuras y la ausencia de presencia policial, lo que permite a las bandas del narcotráfico imponer su propia ley.

Sa Penya nació a los pies de las murallas renacentistas, hoy Patrimonio de la Humanidad, como un barrio de pescadores, marineros y carpinteros de ribera, que prolongaba el entramado de calles de la Marina monte arriba. Cuando comenzó a desarrollarse el ensanche de la ciudad, la mayor parte de ellos se trasladaron a los pisos de la zona, más confortables y con mejores servicios. La inmensa mayoría salió de sus casas y ya no volvió a mirar atrás. El resultado es que en sa Penya hay inmuebles que no se sabe a ciencia cierta a quién pertenecen y desde hace décadas se encuentran ocupados por los clanes de la droga, que se han adueñado del barrio, sin que nadie haya logrado ponerle reme-dio.

Sin embargo, a diferencia de las favelas brasileñas y de tantos otros lugares, sa Penya tiene un enorme potencial para convertirse en un barrio fabuloso. Si sus casas encaladas se restaurasen y cuidasen adecuadamente, y el barrio se mantuviese limpio y activo, podría ser el lugar más bonito y bohemio de Vila. Para que eso ocurriera, sa Penya primero debería librarse de la delincuencia y la degradación, y para ello solo cabe una solución: la progresiva recuperación, aunque sea mediante largos procesos judiciales, de las viviendas ocupadas a las que en su momento renunciaron las familias que abandonaron sa Penya, aunque dicha operación implique el realojo de sus ocupantes en otras zonas. No hay que olvidar que en el barrio no solo viven delincuentes, sino también familias con hijos menores que no disponen de otra alternativa.

A ello, habría que sumar una presencia policial constante y por todas sus calles, para que quien quiera pasear por sa Penya, abrir un negocio o mudarse al barrio pueda hacerlo sin que la delincuencia establecida en el barrio se lo impida. No hay que olvidar que la única forma que tienen los clanes de la droga para controlar el barrio en su totalidad es que se mantenga la marginalidad. Y, ade-más, en una segunda fase, llevar cultura y vida a sus plazas celebrando eventos abiertos a toda la ciudadanía; por ejemplo, durante la feria medieval o las Festes de la Terra.

Estos últimos años se ha hecho algún avance importante, rehabilitando vivien-das y cediéndoselas a funcionarios destinados en la isla, como policías. Pero es necesario ser mucho más ambiciosos, contar con mayores presupuestos y, sobre todo, tener constancia. Y si deben derruirse edificios para luego reconstruirlos de nuevo, que se haga. La recuperación de sa Penya solo puede planificarse a muy largo plazo y, en política, se trabaja siempre con la mecha corta. Sigo convencido, sin embargo, de que algún día acabará convirtiéndose en el mejor sitio para vivir de toda la ciudad.

@xescuprats

Compartir el artículo

stats