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Larga vida al Regio

De mi casa al colegio, 500 metros andando, pasaba por delante de tres cines. Era de obligado cumplimiento parar delante de ellos cada lunes, que era cuando entonces cambiaban las películas (dos semanales, excepto en el Liceo, una solo) y renovaban los fotogramas de cada una de ellas, que pegaban con chinchetas en unos escaparates que había a sus puertas. En mi barrio había cinco cines en un radio de 600 metros: el Usera, el Niza, el Copacabana, el Lux y el Liceo. Ya no existe ninguno. Ahora son un supermercado, un megagimnasio, dos casinos o, en el mejor de los casos, una sala de ensayos del Centro Dramático Nacional (aunque durante décadas fue sede de una iglesia cristiana). En uno aún sobresalen de su fachada los 100 soportes que sostenían los enormes carteles, siempre pintados a mano. En el resto se intuye que esos edificios fueron ideados para albergar el séptimo arte. Allí vi mi primera película de Woody Allen (‘Toma el dinero y corre’), ‘El jovencito Frankenstein’, un par de Bruce Lee… Eran simples salas de barrio, de doble sesión continua, pero deseábamos que llegara el sábado para, tras el pesado NODO, pasar allí la tarde entera comiendo patatas y pipas. De aquello hace 50 años, los que esta semana cumplió el Regio. Que cumpla otros 50 debería ser cuestión de Estado en la isla.

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