Hace algunos años, una amiga pidió un vodka en un bar. El camarero, extrañado, le preguntó con qué lo iba a tomar. Ella insistió: ‘Quiero un vodka’. Sí, pero ¿con lima, con tónica?, volvió a la carga el empleado. Hasta que mi amiga, ya de los nervios, le pidió de malos modos que trajera la botella y la dejara en la mesa. De esto hace mucho tiempo, aunque veo que las reacciones a la noticia con la que abría ayer este diario siguen siendo parecidas. Sorprende que las adolescentes ibicencas consuman más alcohol, tabaco y cannabis que los chicos de su edad (así lo constata el Cepca en su encuesta). Desde luego no es una buena noticia. Ni para ellas, ni para nadie. Pero creer que las mujeres somos seres de luz, virtuosas y sensatas es no solo naíf, sino incluso un pelín machista. Las mujeres compartimos debilidades y adicciones con los hombres, al igual que compartimos fortalezas. Hasta no hace mucho, los científicos sostenían que éramos seres sin inteligencia y, además, unas histéricas. Era mentira, claro, pero también lo es seguir creyendo que las jóvenes se dedican a estudiar y a tomar zumo de naranja mientras sus compañeros se lanzan al alcohol y las drogas. La adolescencia es tiempo de experimentación, para lo bueno y para lo malo. Y, lo crean o no, para los dos sexos por igual.
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