Diario de Ibiza

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Jero Díaz Galán

Él nunca lo haría

«Abandonar a un animal, además de un delito, es un acto

de maltrato extremadamente cruel»

Un día frío y lluvioso del mes de febrero, de hace ya más de ocho años, yo llegaba a casa de trabajar y me vi sorprendida por una fila de coches parados en mi calle sin motivo aparente. Cuando me acerqué para ver qué sucedía, me encontré con un perrito negro tiritando y desorientado en medio de la calzada.

Lo cogí, lo sequé y lo llevé al veterinario. Solo era un cachorro de cinco meses aterido de frío y con mucha fiebre, incapaz ya de reaccionar ante pitidos ni nada que no fuera un poco de compasión.

Ese perrito es Rufo, mi perro, el segundo que tengo en mi vida y el único que me queda después de que Lito muriese el pasado 21 de marzo, tras 16 años y medio de un amor y una lealtad infinita.

Rufo es alegre, cariñoso y muy agradecido, pero a pesar de llevar ya más de ocho años con nosotros es y será siempre un juguete roto, con un miedo atroz a volver a ser abandonado.

Por eso, mientras Lito paseaba siempre tranquilo, despreocupado y a su aire, convencido de que le buscaríamos aunque desapareciera de nuestra vista detrás de una perra, como solía ocurrir, Rufo nunca se aleja de nosotros y si lo hace mínimamente, es sin relajarse, controlándonos en todo momento con una mirada que nunca deja de transmitir ese temor a volver a quedarse solo.

Rufo es precioso, pero tiene para siempre el alma herida, porque los perros y los animales nunca han sido cosas, por mucho que la ley hasta hace muy poco los considerase así aún a sabiendas de que eso es imposible, de que ellos sienten.

Mi perro es un perro miedoso, desconfiado de otros animales y de otras personas, aunque entregado a ellas en cuanto recibe la más mínima muestra de cariño. De primeras puede parecer un macarrita con sus ladridos de can asustadizo y temeroso, pero le pasas la mano por el lomo y ya te lo tienes ganado. Reclamará entonces tus caricias continuamente, siempre y cuando permanezcas junto a nosotros, porque aún en esas circunstancias, mientras es reconfortado por otros, no soporta perdernos de vista.

Le asustan mucho los ruidos y cuando tiene miedo empieza a temblar como un flan, exactamente como lo hacía cuando yo lo encontré chorreando y tiritando bajo el frío y la lluvia, como si nunca pudiera olvidar el terror que debió vivir en sus días de cachorro abandonado.

Dicen quienes se ocupan de las perreras que los ladridos que allí se escuchan transmiten mucha angustia, soledad e incomprensión y es algo que no me extraña en absoluto después de llevar años viviendo con perros y conocer las miradas de desolación con las que simplemente responden a una tarde en que los dejas solos en casa, sin poder cumplir con su rutina habitual de paseos y de compartir tiempo con ellos, después de pasar las mañanas dormidos y sin esperar otra cosa que tu regreso del trabajo.

Mis perros y supongo que todos los perros de compañía son fieles ‘Hachikos’, dispuestos a esperarte de por vida, como refleja la emotiva película estadounidense ‘Siempre a tu lado»’, que cuenta la historia real del ‘akita’ que vivió, envejeció y murió frente a la estación de tren de la ciudad japonesa de Shibuya durante diez años a la espera de su amo, que un día no regresó tras morir por una hemorragia cerebral.

Por eso, ese famoso lema contra el abandono animal de «Él nunca lo haría», que la Fundación Affinity popularizó en una campaña lanzada en 1988 y que a todos nos llegó al alma, se queda en realidad muy corto para definir la fidelidad de un perro, porque ellos pueden esperarte toda una vida, en su inmensa lealtad e inocencia, por si a ti se te ocurre regresar.

Abandonar a un animal, además de un delito, es un acto de maltrato extremadamente cruel, algo que le ocurre cada día en España a más de 700 perros y gatos que terminan en las calles o en las perreras, unas cifras de vergüenza que no debíamos podernos permitir.

«La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la forma en que sus animales son tratados», lo dijo Mahatma Gandhi y yo también lo creo con el alma encogida cada verano en un país que abandona a sus perros para irse de vacaciones o que los sacrifica cruelmente cuando ya no les sirven para cazar; el mismo país que hace del sufrimiento y muerte en directo de un ser vivo su fiesta nacional y lo eleva a la categoría de arte y cultura.

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