Yo confieso: soy cómplice del asesinato de William Shakespeare. Fuimos mayoría. El autor está siendo ejecutado, con premeditación y alevosía, en ‘L’amansi(pa)ment de les fúries’, en la programación Off del teatro La Villaroel. La directora y dramaturga Carla Rovira Pitarch ha tomado el texto de ‘La fierecilla domada’ del genio inglés y lo ha arrugado, ha formado una gran pelota de color morado intenso -muy, muy intenso- y practica con él un juego provocador, transgresor y delirante, que nos recuerda el poder desacralizador de la risa. Reímos y se despierta el espíritu gamberro. Reímos y redoblamos las fuerzas. Reímos y damos un puntapié al patriarcado.
Lo bueno de matar a Shakespeare es que sabemos que es inmortal y que, salvando el inmenso océano temporal que nos separa del siglo XVI, su dramaturgia también creó mujeres poderosas y rebeldes. Pero este no es el espacio de Rosalind, Olivia, Beatrice o Cordelia, sino de Rovira y de una compañía que clava la interpretación y que convierte la necesaria reivindicación feminista en una carcajada desbordada e irreverente. Incluso es fácil imaginar al espíritu de Shakespeare riéndose en algún rincón del teatro. Que no se nos olvide la alegría en la lucha.