Diario de Ibiza

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Miguel Ángel González

Desde la marina

Miguel Ángel González

Cada 15 minutos

La nueva ordenanza aprobada por la Autoridad Portuaria de Baleares para regular la operativa veraniega de las navieras que prestan servicio entre Ibiza y Formentera, con el acuerdo de las partes implicadas, cabe esperar que contribuya a que las operaciones se hagan con orden y concierto. Y que hayan pasado a la historia las ‘carreras’, ese ir por libre en un tráfico de autopista en hora punta y en maniobras de salida y amarre que eran un espectáculo circense.

Al turista que viene de una gran ciudad le sorprenderá comprobar que la frecuencia del tránsito interinsular es superior al que tienen muchos autobuses en recorridos urbanos. Estupendo, en cualquier caso, para los habitantes de Formentera.

Con tanta facilidad horaria para ir y venir -hecho que permite pasar un día en Formentera, salir temprano de Ibiza y regresar al anochecer- uno se pregunta si no perderán fuelle los servicios chárter que ofrecen las aborregadas excursiones diarias del pumba-pumba que, por lo que parece, crean más molestias que beneficios. Veremos en qué queda la cosa. Cabe suponer, por otra parte, que este próximo verano Formentera seguirá limitando la entrada de vehículos, un derecho de admisión, sin embargo, que no puede ejercerse para controlar la avalancha humana de los julios y agostos. Y seguimos preguntándonos por la capacidad de carga de las islas. En Ibiza no existe la excursión de un día. Las discotecas atraen una tribu de fin de semana, de dos o tres días, pero la ocupación queda limitada por la dificultad de hospedaje.

En Formentera la cuestión es distinta, porque la avalancha diaria es perfectamente posible y la limitación sólo puede venir del volumen de pasaje diario que transportan las barcas. Se trata, por tanto, de que la capacidad de carga de las barcas quede supeditada a la capacidad de carga de la isla. Porque el desbordamiento no frena. Todo lo contrario. El caos vende. Y el lleno llama. No vamos a un bar que está vacío, pero hacemos cola para conseguir mesa en una terraza que vemos atiborrada. Para bien y para mal, somos gregarios.

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