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Elon Musk, Twitter y los gritos en la plaza

Elon Musk ha dicho que Twitter se ha convertido, de facto, en una plaza pública. Y decide comprar la plaza por una cantidad insolente y vomitiva de dinero, tanto como 44.000 millones de dólares. Sin comparación, es la cifra más elevada jamás pagada por una red social. He oído de todo. Desde quienes dicen que es un capricho de millonario hasta quienes advierten que la irrupción del magnate estrambótico de los coches eléctricos, que quiere conquistar el espacio por su cuenta, es una auténtica amenaza para el sistema democrático. Descartado el capricho, el problema de fondo, al parecer, es la moderación del contenido, es decir, la posibilidad de que la plaza sea un descampado salvaje, un campo de batalla sin reglas. Mi experiencia me dice que ya se acerca bastante al desbarajuste de un espacio donde se impone más el grito y el exabrupto que la civilización. Pero también es cierto que si las cosas pueden ir a peor es muy probable que vayan a peor. Cuando habla de la libertad de expresión como «imperativo de la democracia funcional» no sabemos si quiere decir que funcione o que tenga que admitir, con la vieja paradoja de la tolerancia de Popper, los exabruptos y los gritos de quienes quieren destruirla.

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