Diario de Ibiza

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A pie de isla

Andrés Ferrer Taberner

Una gallina ibicenca

Semanas atrás apareció una gallina (Gallus gallus domesticus) en el centro urbano de Ibiza. Sí, han leído bien, no un palomo caído del cielo sino una gallina en carne y hueso, con cresta, pico y lo demás que la acompaña desde que sus antepasados se mudaron a vivir entre humanos cuando la domesticación, esa estafa monumental con la que se timó a tantas especies animales.

Para ser más exactos, nuestra protagonista se trataba, como no podía ser menos, de toda una gallina de Ibiza, la raza autóctona, colonizadora también de los corrales de Formentera y de algún islote que otro de las Pitiusas en el pasado.

Como por arte de birlibirloque, surgió casi de la nada en mitad de la acera, sin previo aviso de unas simples plumas sueltas siquiera anunciándola. En absoluto parecía asustada la criatura; ni corría en círculos ni aleteaba nerviosa dando brincos de histeria, como pronto haremos todos en bandada con tanta desgracia bíblica seguida desde 2020. Cacareaba serenidad, algo de lo que andamos huérfanos a día de hoy en este aciago contexto europeo que los ‘putinnómanos’ rusos, psicópatas que parecen salidos del delirium tremens del vodka, han hecho aterrador.

Tampoco daba muestras de hallarse desubicada sobre un suelo, el asfaltado de las calles, dispensado de gallinaza, pues sabía bien lo que se traía entre garras: marchar recto en modo transeúnte, un peatón más de las muchas ‘tribus’ que conviven en Ibiza, pero decididamente galliforme. Miraba al frente, no vacilaba en su caminar; parecía acostumbrada a pasear por avenidas y plazas. Una nueva frontera avícola había quedado trazada, la de la gallina urbana y cosmopolita. Siendo esta una isla tan universal, es lógico que el primer paso se diera aquí. Este animal era a las gallináceas lo que la australopithecus Lucy a la humanidad.

Los que la observaban no daban crédito. En el pasado hasta se veían cerdos por Dalt Vila, ¿pero una gallina a solas en la tempestad de cemento de una ciudad?

Lo gracioso no era el animal, sino cómo intentaban llamar su atención algunos viandantes, preocupados como estaban de que un coche lo atropellara al ir a cruzar las calles. Como la mayoría de urbanitas actuales ya solo ven gallinas en You Tube o en Tik Tok, no acertaban con el modo de dirigirse a ella. Los había, incluso, que se le acercaban silbándole. «Porfa, ¡que no es un perro!», objetaban los puestos en ecología. Los más jóvenes, absortos, consultaban en sus móviles el Gallipedia (existe, lo juro), por ver si ponía algo de cómo socorrer a una gallina en apuros. La brecha generacional de los que se congregaban allí saltaba a la vista entre los que optaban por llevarla a la sociedad protectora de animales y los que preferían acercarla al corral más cercano.

Pero la condenada no se dejaba atrapar, iba la mar de feliz. Ni apuros, ni pedía favor, ni nada parecido; se guiaba de maravilla, como si llevara un Google Maps escondido entre las plumas. Andaba a lo suyo, sus cosas, a pasear estrenando asueto en la ciudad. Ni los tres protagonistas de la película ‘Un día en Nueva York’ desembarcaron en la Gran Manzana más eufóricos y resueltos que nuestra gallina en la capital de la isla, y eso que marchaban al ritmo de la canción ‘New York, New York’ (estupenda y muy espitosa, por cierto, y con las voces de Frank Sinatra, Gene Kelly y Jules Munshin).

¿Pero qué había impulsado a esta gallina, ponedora o no, a abandonar el hábitat payés y echar a andar hasta la ciudad tras romper la alambrada de su encierro con los alicates de su pico? A falta de expertos en el tema, me he tomado la libertad de elaborar mis propias teorías que lo expliquen. Son dos y a cual más peregrina, pero no importa, tiendo a rachear fabulaciones en noticias reales, que es lo mío.

Una teoría sería que el animalito seguramente estaba harto de dar con gallos impotentes −efecto de algunos piensos baratos, o sea chinos− y se había venido a la ciudad en busca de experiencias fuertes.

Y la otra, mucho más tremebunda, es que el reino animal, olisqueando ya nuestro eclipse final a causa de la retahíla de calamidades que últimamente nos acogotan la moral, empieza a tomar posiciones ocupando las ciudades para recuperar territorios que le fueron robados. Se trata de las primeras avanzadillas de los animales que las heredarán, cuando aquellas sean ya solo ruinas y nosotros hayamos sucumbido pasto de los misiles. ¿Qué están haciendo ya las gaviotas si no? Así que esta gallina, muy despabilada ella, ha sido la primera de su especie en buscarse hueco. Su memoria engrosará la lista de gallinas célebres: la gallina Caponata, Turuleca y la de los Huevos de Oro.

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