Opinión | Para empezar
Cuarto y mitad de optimismo
En esta extraña época que nos ha tocado vivir se hace más necesario que nunca el optimismo. Como nuestros antepasados, que cada mañana desconocían si regresarían vivos a la cueva (imagínense que desayunáramos los cereales con la misma incertidumbre, qué congoja), nuestra existencia se ha convertido en un vivo sin vivir en mí debido a las puñeteras variantes del virus. Hemos superado la llegada del bicho, lo hemos toreado e incluso nos ha dado para exprimir económicamente un verano medio decente. Pero lo realmente importante son las víctimas que ha provocado, y que nadie, absolutamente nadie, puede obviar por mucho que apelen a la libertad individual. Y cuando nos prometíamos unas Navidades de ensueño, tipo Disney, ha salido la ómicron y nos ha tocado la versión gore, la cutre y chunga. Retomamos la mascarilla en exteriores, agotamos las existencias de test de antígenos (aquí nadie se implica si no es porque tiene que viajar o entrar en los bares) y limitamos las reuniones sociales y familiares. Volvemos a la casilla de salida y nos aferramos a la esperanza de que el verano queda todavía relativamente lejos. Las vacunas hacen su trabajo y aunque hay contagios, son menos graves. Nos falta rezar para que no surja una variante salvaje en unos meses...
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