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Pepe Roselló

Tribuna

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La resurrección de Elmyr de Hory

Grabado al estilo de Picasso de Elmyr de Hory. | COL. PEPE ROSELLÓ

Hasta hace unas semanas permaneció expuesta en el faro de ses Coves Blanques una muestra de 29 cuadros del húngaro Elmyr de Hory (Budapest, 1906–Ibiza, 1976), que pintaba «al estilo de» los grandes maestros del impresionismo. Todos forman parte de una colección que he reunido a lo largo de los años con la intención de poner en valor la obra de alguien a quien conocí y admiré, y que, voluntaria o involuntariamente, contribuyó a situar la entonces aún desconocida isla de Ibiza en el mapamundi de los destinos turísticos internacionales.

La exposición tenía dos grandes objetivos: rendir homenaje a Elmyr y resucitar su legado. A tenor de los ríos de tinta que han corrido desde su inauguración, lo hemos conseguido con creces. Por ses Coves Blanques han pasado 1.262 personas, un gran éxito para una exhibición pictórica. Me toca, por ello, dar las gracias al Ayuntamiento de Sant Antoni por acogerla, a Elena Ruiz Sastre por su valiosa colaboración y a todos los demás que nos han ayudado.

Durante la muestra se han producido tres sorpresas inesperadas, que enriquecen la historia de Elmyr y de las que proporcionaremos todos los detalles en una biografía sobre la Ibiza que he vivido y que ahora estamos ultimando. Dos de ellas han consistido en la aparición de sendas personas vinculadas al pasado de Elmyr en la isla, que acudieron a la exposición y con las que me he reencontrado después.

El primero, Ricardo Cypel, es un ciudadano francés de origen polaco que trabó amistad con Elmyr y, desinteresadamente, le ayudó algunos veranos con el mantenimiento de La Falaise, su casa en Ibiza, a principios de los setenta. Nos reveló importantes detalles sobre el paso de Elmyr por un campo de concentración y su proceso de producción artística. Unos días después, quien hizo acto de presencia fue Barnaby Irving, hijo de Clifford Irving y Edith Sommer; es decir, del autor de la biografía ‘Fraude’, que catapultó a Elmyr como el gran falsificador del siglo XX, y de la mejor amiga que el pintor tuvo en Ibiza. Barnaby también ha aportado información suculenta y hasta nos ha revelado que, poniendo en orden los papeles hallados en casa de su madre, fallecida el año pasado en la isla, ha descubierto un guión sobre la vida de Elmyr redactado por su padre, que tiene intención de convertir en una serie de televisión. Si consigue llevarla adelante, sería algo grandioso para Ibiza. Ambos, por cierto, alabaron sin ahorrarse adjetivos la calidad de la exposición y la indudable huella de Elmyr contenida en ella.

La tercera sorpresa, la única que hasta ahora había trascendido, ha sido la irrupción de Mark Forgy, secretario de Elmyr en sus últimos años y a quien éste, curiosamente, nombró heredero universal pocos días antes de su muerte. Forgy ha aparecido para trasladar a la opinión pública tres ideas. La primera es que él es el único capacitado para autentificar la obra de Elmyr. La segunda, que mis obras son falsas, aunque en una segunda entrevista concedida hace pocos días a Diario de Ibiza ya ha matizado sus palabras asegurando que las hay auténticas y también falsas. Tercero, que pretendo exagerar mi relación con Elmyr.

A lo primero, ya contesté en su momento que existe un móvil económico para autocalificarse como certificador de la obra de Elmyr. Ahora dice que no cobra por dichos certificados, salvo los sellos del envío. No alude, sin embargo, el gran negocio que puede haber detrás de toda esta historia, como el acceso a coleccionistas y compradores, la posibilidad de poner a éstos en contacto con otras obras de Elmyr, etcétera. Ser el garante de su presunta autenticidad constituye una enorme ventaja. Yo, por cierto, nunca he vendido un solo cuadro de Elmyr. De los que me he desprendido, se los he regalado a amigos e instituciones públicas.

En cuanto a lo segundo, yo mismo desconozco qué es verdadero y qué falso en toda esta entretenida pantomima. Pero sí tengo claras dos cosas. Cuando Forgy vino a mi casa a conocer mi colección y grabar una entrevista para un documental, solo se preocupó de lo segundo. No se detuvo a mirar un solo cuadro. Sin embargo, ahora que han pasado los años, manifiesta de forma tajante que todos son falsos, primero, y que lo son en parte, después. Todo ello con unas pocas semanas de diferencia y sin verlos, atendiendo a que Elmyr nunca firmaba por detrás con su propio nombre. Quiero recordar que, entre mi colección, hay una lámina de ‘Matisse’ que Elmyr firmó delante de mí y de todos los invitados a una subasta de la Sociedad Deportiva Portmany, realizada incluso antes de que Elmyr y Forgy intimaran.

Con sus manifestaciones, sin realizar la más elemental comprobación ni haber visitado la exposición, Forgy proyecta una sombra de duda que se extiende sobre toda la obra de Elmyr que ha quedado en las islas, incluidos los lienzos que él mismo donó en vida a distintas personalidades de la isla. Ahora ya nadie tendrá claro cuáles son los Elmyr verdaderos y los falsos, de la misma manera que ocurrió con los impresionistas cuando se destaparon sus imitaciones. La historia se repite y Forgy, que es parte interesada, se erige en juez y parte. ¿Qué hago con las personas que se han acercado a la exposición y me han ofrecido sus cuadros de Elmyr? ¿Debo mandarlos a la consideración de Forgy o me dejo llevar por mi instinto?

Y respecto a mis intenciones de hinchar mi relación con Elmyr –efectivamente no éramos amigos íntimos, pero sí conocidos–, agradecería que el señor Forgy indicara en qué momento he manifestado tal cosa porque no lo recuerdo. En cualquier caso, le remito a la lectura de mi biografía cuando se publique, donde se describen los distintos encuentros y conversaciones que mantuvimos en lugares como La Falaise, Can Benet –donde vivían Marisa Pavan y Jean-Pierre Aumont-, el bar La Tierra de Vila, El Quijote de Sant Antoni o el Sandy’s de Santa Eulària.

El momento más interesante, sin duda, fue cuando coincidimos en el avión de regreso a Ibiza tras su salida de la cárcel en Mallorca. Aquel día le ofrecía pernoctar en mi casa cuando nadie, incluido el propio Forgy, acudió a recogerle al aeropuerto y él me manifestó su miedo a quedarse solo. Aceptó mi oferta y esa noche pudimos charlar largo y tendido.

Sería interesantísimo que el señor Forgy, ahora que parece dispuesto a hablar, respondiera de paso algunas cuestiones relevantes. Por ejemplo, ¿por qué ha ofrecido versiones contradictorias de lo que ocurrió el día de la muerte de Elmyr, tal y como ha denunciado el periodista Diego Feliu, autor de ‘Desmontando a Elmyr’? ¿Qué tiene que decirle a Réal Lessard, también falsificador y propietario legítimo de La Falaise, que en su obra ‘L’amour du faux’ insinúa que Elmyr quiso fingir su muerte por intoxicación de medicamentos para que los jueces españoles se apiadaran de él y no le extraditaran a Francia y, sin embargo, Forgy no avisó a tiempo a un médico para que le hiciese un lavado de estómago? ¿Cuántas veces se encontró Forgy con Lessard en La Falaise? ¿Qué parte de la obra de Elmyr se le puede atribuir a Lessard? ¿Qué impuestos pagó por la obra de Elmyr tras marcharse precipitadamente al extranjero tras la muerte de éste, llevándose toda su obra? ¿Cuántos cuadros ha vendido? ¿Cuántos le quedan?

Ya por último, sería fabuloso que Forgy nos iluminara con su sabiduría y pudiese valorarnos el grabado que remito junto con este artículo. Que nos diga si se trata de un auténtico Picasso, una falsificación original de Elmyr o, por el contrario, una falsa falsificación. Seguramente preferiría hacerlo con el original en lugar de a través de una fotografía, pero dado que ha sido capaz de juzgar mi colección al completo, mirando tan solo una parte y de reojo, suponemos que tendrá capacidad para hacerlo.

Si Orson Welles levantara la cabeza se partiría de risa con este enredo y probablemente dirigiría una segunda parte de su documental ‘F for Fake’, tan jugosa como la primera.

Me permito terminar este artículo con dos citas. La primera de Réal Lessard: «Lo falso no existe más que a partir del momento en que irrumpe la intención de comercializarlo». La segunda, del propio Elmyr, que Elena Ruiz Sastre, inteligentemente, recuperó para la exposición y que nos viene como anillo al dedo: «Quizá soy solo un fabricante de ilusiones, no lo sé». Palabra de Elmyr de Hory.

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