Diario de Ibiza

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Andrés Ferrer Taberner

A pie de isla

Andrés Ferrer Taberner

Nausícaa y el hotel fantasma

Jamás olvidaré mi primera impresión al entrever Cala d’en Serra desde el mar. Ocurrió en verano hace años mientras ‘kayakeaba’ el extremo norte de la costa ibicenca buscando impregnarme de su indómito paisaje, bañado de sol. Ebrio de una luz cegadora que sabía a salitre, tomaba en mi mente buena nota de todo. Incluso de los espejismos. Por aquel entonces aún solía cartografiar mis sueños.

Divisé la pequeña playa nada más doblar Punta de sa Penya. Cala d’en Serra me pareció a lo lejos un edén en miniatura, uno de los más sugerentes de ese paraíso parcelado de calas que es Ibiza. Así que enfilé la proa hacia aquel remanso de azules ribeteados de acantilados y pinos. Acaso moteado también por lo que parecía ser una cabeza revestida con una larga cabellera, quizás la de una prometedora y solitaria bañista. Soñaba yo a ser Ulises encontrándose con una Nausícaa cualquiera en la playa. Qué infeliz. Y a bordo de un káyak ‘plasticucho’ creyéndome en una galera, más aún.

Fue llegar a la orilla y esfumárseme la ensoñación. No di con ninguna dulce Nausícaa (y eso que llevaba exploradas unas cuantas calas aquella jornada). Ni siquiera con una simple Mariló. Mi princesa autoprometida resultó ser una pequeña boya a la deriva presa en un trozo de red. La decepción fue tal que a punto estuve de reprochárselo con los típicos ademanes de amante despechado. Pero ella aún parecía más defraudada; ni me miraba la muy boya. Aunque bien pensado, tampoco era yo Ulises precisamente. Más bien un doble de Kiko Veneno. En la calle suelen confundirme con él, qué se le va a hacer. «¿Es usted Kiko, verdad?».

No solo no me topé con Nausícaa, sino que el edén que creía haber descubierto aquel día estaba roto, malogrado. Desembarcar en Cala d’en Serra y enojarse con la especie humana, todo es empezar. Empezar a escupir exabruptos a diestro y siniestro al contemplar, con espanto, cómo se alzan entre los pinos una sucesión de construcciones a medio hacer que señorean a sus anchas en una cala que habría sido de las más paradisíacas. Hay lugares donde uno desearía no encontrarse más arquitectura que la de un árbol.

Llevan en la cala estos esqueletos de hormigón desde los años setenta. Permanecen en pie contra las leyes divinas como auténticos mausoleos del fracaso. Las ruinas de cemento nunca hallan el descanso eterno, al contrario de las de madera y de adobe. Y allí siguen y siguen éstas de Cala d’en Serra, criando a su vez herrumbre, escombros urbanos y basura de toda clase. ¿Paraje natural pitiuso o escenario de pesadilla a lo Mad Max?

Por otra parte, grafitis sobre paredes y muros, los que quieras; una exposición permanente al aire libre. Hasta aburrir a los amantes del género, y eso que son incondicionales. Es curioso lo rápido que acuden siempre los espráis grafiteros al olor del cemento desahuciado. Tan resueltos como antiguamente los pinceles de los pintores al fresco a la llamada del yeso húmedo de las capillas cristianas.

Dicen que este desaguisado urbanístico que ha arruinado Cala d’en Serra iba a ser un hotel. Para acabar así, sin que nadie dé cristiana sepultura a semejante aborto de cemento a medio gestar, hubiera sido mejor que se alumbrara a la criatura, con bautizo y todo. Hay pecados que encolerizan más a los dioses si se quedan a medio cocer que consumados.

Posdata: aquel día decidí finalmente cargar con la boya en el káyak antes de regresar. A fecha de hoy la tengo todavía en la piscina, me flota muy bien y somos felices.

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