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Un concierto es un concierto

Hay una máxima que repetimos constantemente los amigos desde que éramos adolescentes: «Un concierto es un concierto». Porque la música en vivo siempre tiene esa capacidad de sorprender, para bien o para mal. Nunca se puede decir que no a un concierto aunque el artista que se vaya a subir al escenario no te guste nada. Me ha pasado montones de veces. Podría poner como ejemplo a Ángel y Las Guays, un grupo madrileño de los noventa que combinaba discos soporíferos con directos apoteósicos. Y en el caso contrario a mis adorados Flamin’ Groovies. Adorados en vinilo, porque cuando se subían al escenario eran unos setas de cuidado. En los últimos años hemos visto como aumentaba la oferta de festivales en Ibiza. De los más humildes al desembarco de los grandes. Primero con Sueños de Libertad, que tantas satisfacciones nos ha regalado, hasta estuve pegando botes con Orishas, un grupo que jamás se me ocurriría ponerme en casa, y desde este fin de semana con el Sonorama Ribera en versión ibicenca. Lo bueno de los festivales es esa sensación de que las emociones son random, y te esperan a la vuelta de la esquina si te abres de orejas. Este domingo me pasó con Queralt Lahoz, y eso que no soy mucho de fusiones flamencas. Amor a primera vista.

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