Diario de Ibiza

Diario de Ibiza

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José Miguel L. Romero

Muros de automóviles

Juan Manuel Grijalvo, estudioso de la movilidad, apasionado por los trenes y la ciencia ficción, me lo hizo ver hace tres lustros: nos hemos acostumbrado a que, en paralelo a las aceras, se alcen muros de automóviles, a que las ciudades se hayan convertido en gigantescos aparcamientos. No fue así hasta los años 60. El paisaje urbano empezó a cambiar cuando se abarató la fabricación de los turismos y el país salió de la depresión económica generada por la guerra. Desde entonces nos han ido echando poco a poco de las calles. Hemos aceptado sin rechistar que los coches se coman el espacio que, inicialmente, estaba dedicado a los viandantes y que las políticas de movilidad (y, en esencia, nuestra vida) se supediten a las necesidades de los utilitarios. Vila da pasos (pero pequeños, como si el equipo de gobierno sintiera vergüenza, quizás cobardía) para cambiar ese modelo, como el reciente ensanchamiento de una minúscula parte de la acera de la calle Aragón. Pasé por allí esta semana y sentí un gran alivio. Primero, por el espacio ganado: ya no es necesario apartarse o ponerse de perfil cuando te cruzas con alguien en un vial para peatones que, hasta hace unas semanas, era demasiado estrecho para el trasiego que suele haber en esa calle, una de las arterias principales de la ciudad. Segundo, porque allí (al menos en uno de sus lados) empieza a desmoronarse el muro de automóviles.

Compartir el artículo

stats