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Para empezar

Fernando de Lama

Entre mi padre y Luis Rosales

Siempre aprovecho las vacaciones para hacer una visita a mi padre. Me enciendo un cigarro y pongo otro sobre su lápida, enmarcada por el seno gigante de la Peñota, y le cuento algunas de las cosas que me han pasado en el último año, un highlights de alegrías y tristezas, podríamos decir. Siempre intento ir en el momento de más calor del día, a primera hora de la tarde, para evitar miradas curiosas o encuentros con conocidos del pueblo, y poder estar un rato a solas con él, frente a frente. A pesar de ello, cuando pienso en el cementerio siempre me viene a la memoria el día del entierro de mi abuela Laurentina, en un agujero excavado en una extensión blanca de nieve de la que solo sobresalían un bosque de cruces y los cipreses protegidos por fanales de hielo. Después me paso un momento a saludar al poeta Luis Rosales, cuya tumba está justo enfrente de la de mi padre, y releo el epitafio grabado en la piedra: «Muchas cosas he perdido / pero aún me queda el vivir / y este asombro de que vengas / si te llamo junto a mí». Y pienso en aquellos versos que le dedicó a la localidad que le acogió en los últimos años de su vida: «Las noches de Cercedilla las llevo en mi soledad / y son la última linde que yo quisiera mirar», que son tan populares en el pueblo, pero que parecen un sueño ya de vuelta en la isla.

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