Que levante la mano la persona que hoy se mira en el espejo y se ve más guapa que hace un año.
La pandemia nos ha arrollado. Se ha llevado por delante vidas, empleos, aquellos pequeños placeres que no valorábamos (ese cafecito con leche y tostada al calor y al amor de un bar), también los grandes (la de viajes que se han quedado en el tintero...), besos, abrazos, salud, tranquilidad, sueño y sueños. Y todo eso se nota. Se nos nota.
Se conmemora un año desde que el virus llegó a Ibiza, pero parece que ha pasado una eternidad. Las ojeras nos llegan a los tobillos. Hemos espaciado las visitas a la peluquería.
El maquillaje era aquel Photoshop manual que utilizábamos cuando gastábamos las calles, los bares, las discotecas, los garitos cerveceros, los beach clubs, las terrazas, los conciertos, los teatros, las salas de exposiciones... El teletrabajo, con su chandalismo y su moñismo, tampoco ha ayudado.
Eso por no hablar de las complicaciones para ir al gimnasio, que a pesar de la proliferación de elípticas y mancuernas junto a la mesa del comedor nos han sumado kilos, y de las preocupaciones, que se han cebado con nuestras melenas. Y el brillo de nuestras miradas. Somos un año más feos que cuando llegó el coronavirus a la isla. Y un año más tristes.
