Los restaurantes como El Pirata de Formentera, que desprecia la seguridad de los clientes y mantiene trabajando a cinco empleados en cuarentena por Covid-19, arrojando una más que injusta sombra de sospecha sobre toda la hostelería pitiusa. Los bares que en el puerto de Vila alimentan fotos de aglomeraciones que se hacen virales y traspasan fronteras. Los vivos que montan fiestas ilegales porque hay que exprimir la ubre de la temporada aunque la leche sea venenosa. Los guais que se chotean de todas las medidas de prevención, ladran a quienes llevan mascarilla y encima se las dan de valientes, cuando están confundiendo la rebeldía con el egoísmo más abyecto. Ya me gustaría verlos si fueran población vulnerable. Los 'epidemiólogos' de post y ratón, que como son más «listos» que nadie han descubierto que la pandemia es un gigantesco montaje con el que los gobiernos hunden voluntariamente la economía mundial para implantar chips y vender vacunas y las imágenes que los demás lloramos de camiones militares transportando cadáveres, simple figuración. Los infames que piensan que su trabajo, o su ocio, vale más que la vida de «unos cuantos viejos», aunque no tengan ni el valor ni la decencia de confesárselo. El Ejecutivo timorato, que ni se planteó exigir PCR en los aeropuertos para no incomodar a un turismo que, con los rebrotes, ahora huye en desbandada. Mal que nos pese, las islas ya no son el destino seguro que eran cuando empezó el verano. Enhorabuena pues a todos los que con su irresponsabilidad han contribuido a ello. Habéis acabado de hundirnos.